La proporción, elemento alienador de la razón humana, donde la obra es arte cuando deja de ser obra para convertirse en realidad.

Desde el periodo clásico la proporción es un lenguaje -adoptado por el hombre- cuya finalidad es la comprensión de una realidad “que germina en un mundo intangible”. Una observación de las formas naturales, traducidas por medio de la razón y reducidas a la pura geometría, con el fin de establecer un diálogo entre el mundo de las ideas y el hombre y construir una “realidad visual” que forma parte del puro engaño de los sentidos. Leonardo, con la llegada del Renacimiento lo que pretende, desde mi punto de vista, es captar la esencia de la propia naturaleza (realidad), tomando al hombre como ser puramente natural. Así, de esta manera, demuestra que incluso la madre naturaleza no puede escapar de la razón humana y de su control, causando su revelación. Un acto visionario del propio autor que nos hace ver que la libertad, a la que tiende el hombre, puede ser una de sus peores pesadillas si se lleva a la práctica, de forma descontrolada, fuera de la bidimensionalidad del papel (el Funcionalismo, constructivo o destructivo). Pollock retoma la figura del hombre como centro de inspiración, autoreafirmándose como ser natural y negando toda realidad que esté fuera de él mismo: “yo soy la naturaleza”. Pero esta postura le convierte en lo más clasicista, a pesar de ser considerado uno de los pintores más peculiares de los años 40, porque busca la racionalización de los accidentes pictóricos; acto que la naturaleza no contempla. Pero, ¿qué es la realidad y ese afán por intentar conseguir representarla?. Más bien parece una prisión creada por medio de grafismos, color y leyes de Proporción. En definitiva, el Realismo, una corriente de lo más surrealista al pretender alcanzar su objetivo. Y lo mismo ocurre con el Surrealismo, como en el caso de Dalí que pretende atrapar el tiempo materializándolo, encarcelando la propia libertad de la obra y firmando su sentencia de muerte. Quedando ésta supeditada al renombre del autor sin sobrevivir por sí misma. Platón considera al artista como el mayor de los mentirosos, ya que intenta representar el reflejo de una realidad. Realidad que si el propio artista contemplase, sólo le quedarían las palabras1 para poder describir la causa de su ceguera. Filóstrato el Viejo nos describe innumerables obras que no se llegaron a conservar. Realidades pictóricas donde el color y las formas quedan reducidas al negro caligráfico de sus textos. Tal vez este sea uno de los métodos más inocuos que nos permite estar en contacto directo con esa realidad desde nuestro propio consciente, sin la contaminación pictórica subjetiva del autor, que representa una realidad de forma plástica sin contar con el espectador. Y a la vez nos permite estar en una relación directa con el mundo de las ideas, tan mencionado por Platón, para generar nuestra propia imagen2 sin necesidad de controlar una técnica artística. Oportunidad que puede ser truncada. Como ocurre con la interpretación que realiza Tiziano en su obra La ofrenda a Venus. Fragmento de la obra Imágenes, Los Erotes, de Filóstrato el Viejo. “..., son cuatro Erotes más bellos que el resto y están separados de los demás; dos de ellos se lanzan el uno al otro una manzana; la otra pareja se dedica a dispararse mutuamente con el arco...” No hay nada más puro que la buena realización de una obra irrealizable, como en el caso del constructivista ruso Tatlin. Donde las diferentes imitaciones, como la realizada por Dan Flavin, de su Monumento a la Tercera Internacional, son probablemente un mero dicterio al mundo del cual provienen las ideas que alimentan a las creaciones artísticas. Pero el ser humano es artista por naturaleza, incluso en el modo de crear el mundo que le rodea. Un mundo, a modo de lienzo, donde la naturaleza actúa como espectador y crítico de arte. Afianzando la perdurabilidad, que tanto procura el hombre, o borrando sus pretensiones de inmortalidad. Joseph Nicéphore Niépce, primera fotografía (1826). Con la llegada de la fotografía el mundo del arte toma una nueva visión. Se modifican los tipos de encuadres, donde las escenas representadas son recortadas, y se estudia la descomposición de la luz y del movimiento. Elementos que forman parte de la codiciada representación de la realidad. Debido a ser seres innatos, nos es difícil poder discernir el grado de realidad que contemplamos, por lo que los avances tecnológicos abren las puertas a una visión totalmente diferente y puramente objetiva. Un acto que nos anuncia la llegada del Modernismo, donde la materia, pigmento, materiales empleados..., cobran una significativa importancia al ser considerada como tal. Resulta esencial la interacción del espectador, que reordena masas y materia para observar la composición, haciendo más real la representación artística, ya que la lectura de la obra nace con la visión de un nuevo espectador, formando parte de la propia realidad integrada en el tiempo y el espacio y dejando de lado la mera representación de una realidad que terminaba con el último trazo o pincelada del artista. Como hemos mencionado, la obra nace y muere3 con la contemplación del espectador, que la avizoró por última vez, y vuelve a renacer, como si de un ave Fénix se tratase, con la presencia de uno nuevo, formando parte de la propia realidad del individuo y, a su vez, de las distintas realidades que componen el mundo. El problema se presenta en el siglo XXI, un mundo sobresaturado de información y donde las situación social tiene repentinos cambios en cuestión de segundos. La realidad que vivimos va de la mano de la revolución tecnología y dicha realidad va quedando obsoleta con la misma rapidez con que queda obsoleto el ordenador que compramos ayer. Por lo que el artista tiene que tener una rapidez y claridad a la hora de ejecutar su obra si quiere que esta perdure, “actitud picassiana”, pues puede encontrarse trabajando en una idea que pertenece a una realidad pasada y que carece de futuro. La solución también sería el hecho de representar una realidad de forma objetiva y desde lo más cotidiano. De esta manera la obra tendrá su propio diálogo y su propia vida independiente del autor, pero asestando un golpe hiperrealista. La simple realidad puede formar una obra de arte, pero nos resulta tan evidente y cotidiana dicha realidad que pasa desapercibida ante nuestros ojos, por lo que el artista necesita darla un simple empujón. Para finalizar se podría pensar que existen o existirán dos vertientes o corrientes artística. Por un lado, la que toma la tecnología como rival y a la que el hombre intenta superar de una forma plástica, hecho que ya comenzó desde la aparición de la fotografía. Por el otro, la vertiente en que el hombre trata de integrar la tecnología como expresión artística, formando parte de su propia obra. Pero, ¿dónde termina la realidad del hombre y comienza la visión de la máquina? Tal vez la problemática del arte esté en crear una realidad paralela donde poder descansar unos minutos y escapar, por un momento, del ritmo frenético al que la raza humana está sometida. Realidad que poco a poco se está expandiendo por la red, por Internet, y que permite disfrutar del arte sin necesidad de acudir a un museo o decidir si merece la pena visitar sus instalaciones. Una realidad intangible donde la mítica caverna platónica resulta ser una pantalla de LCD y una buena conexión a Internet. 1 “La palabra es la imagen de las cosas”. Simónides de Ceos (556-468 a. C.) 2 Joseph Beuys: Cada hombre un artista. 3 La obra de arte permanece y es capaz de transmitir incluso después de la muerte del artista” Rainer Maria Rilke.

Germán Hernández Pérez

 


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