POLUCIÓN EDITORIAL

Jueves. Noche templada con rostro de falsa primavera. Contra todo pronóstico, el horizonte de Rivas ha sido capaz de resistir, un día más, el acoso del fango contaminante que corona Madrid; parece un pensamiento negro, vestido de rescate europeo, brotando de una ciudad que no desea salvarse. Sin embargo, el mal no ha tocado aún mi puerta, aunque se anuncie. Mientras pensaba si parte del ahorro recortado se destinará a una mascarilla de oxígeno para la estoica Cibeles, sonó el teléfono móvil. Lo cogí con premura; no estaba puesto en modo "silencio", y una mujer en su sofá no debe ser despertada, y menos aún por ruidos insidiosos. El busto de Lovecraft entreabrió un ojo furioso. —¿Quién es?—pregunté con voz temerosa y sorprendida. Una llamada a horas intempestivas suele ser mensajera de noticias, cuanto menos, molestas.  — Muy buenas, soy el director de una editorial muy importante. Estaba interesado en su libro de poemas. El busto de Lovecraft volvió a cerrar su ojo, haciéndose el dormido, tratando de pasar inadvertido. — Te voy a ser directo: tienes mucha calidad, chaval. Ya sabes que mi editorial es una de las más importantes. Te ofrecemos una tirada grande, la ocasión de tu vida: estarás en todas las librerías. Pero, para que esto funcione, el autor se tiene que involucrar con su obra. — No soy un escritor novel...; tengo además mi público, reducido, pero fiel. Desde luego, su editorial es muy importante. Y no involucrarse con la obra de uno sería como no preocuparse por los hijos (o el pene) de uno. Le escucho. — Es la oportunidad de conseguir tu sueño —prosiguió. Siempre me ha resultado curioso cómo todo el mundo se jacta de conocer el tejido exacto de mis ensoñaciones. Le dejé continuar.— Y tan sólo tendrías, como te decía, que involucrarte con la obra haciendo una aportación de 4.000 €... Pero ya sabes...¡con nosotros, no publica cualquiera! Y si vendes mucho, lo recuperarás con tu 5% de cada ejemplar. Además, recuerda que la poesía es un genero que... Hizo el comentario como quien salta un charco con prisa, o pide permiso a un pasajero distraído para salir del autobús. Continuó hablando, mientras yo contemplaba a mi gato naranja ronronear sobre el respaldo del sofá al ritmo de "Hotel California".  — Bueno, ¿qué me dices?... Te has quedado callado. — Sí, perdón. Estaba embriagado por la oferta..., y no encontraba la forma más adecuada de mandarle a la mierda. Si me disculpa, le pongo con mi agente literario —le pasé el móvil a mi gato negro, quien, tras atenderle dos minutos más, atusándose los bigotes, me lo devolvió con el rabo cual mono de la selva, y un profundo semblante de desdén. —  ¿Lo dejamos en 3.000 € y una presentación en el Corte Inglés? Su agente es un duro negociador, desde luego. — Y usted, una boina contaminante de las agencias de calificación. Buenas noches, señor editor.  — Buenas noches, Nueva Orleáns.

 

Fernando López Guisado

 

 


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