CARRETERAS, FERROCARRILES Y FAROS: literatura y evasión

 

¿Qué ha cambiado más el mundo: las ideologías o las infraestructuras de comunicación? ¿Ha hecho más por la evolución de la moral el tren y la carretera o las encíclicas?

No son preguntas baladíes. En una conmemoración de la Asociación de Ingenieros de Caminos, su presidente  afirmó que “la construcción de ferrocarriles de alta velocidad, carreteras, puentes, puertos y presas había cambiado totalmente a España en los últimos cuarenta años”. 

Esta opinión conecta con una corriente de opinión generada en el mundo de la cultura hace un siglo y medio por escritores como Pedro Antonio de Alarcón, quién tras salir de Guadix en 1853 reseñó, en su “Cuadro general de mis viajes por España”, más de 80 viajes por la península. Conoció, además, ciudades europeas y africanas de las que dejaría constancia en “Diario de un testigo de la guerra de Africa”, y en “De Madrid a Nápoles”, sin olvidar el sabroso relato “La belleza ideal” que aborda un “flirt” en un tren nada más comenzar a funcionar este medio de transporte en España.

Cuando comenta el estado de las comunicaciones españolas se califica a él y a sus compañeros de viaje de “atrevidos exploradores”, “temerarios visitantes” o “intrépidos descubridores” de numerosos rincones de España. Este es el caso de su viaje de “descubrimiento” a Almería “incomunicada por tierra con las adyacentes capitales de provincia y con la capital del Reino”.

El ferrocarril es un elemento fundamental de progreso y así lo entiende Alarcón: la aparición de una estación de ferrocarril constituye un factor de urbanización, al atraer otros servicios y actividades. La propia presencia de la red ferroviaria potencia los elementos de riqueza agrícola o industrial de una amplia región.

 

Camino a la cultura

León Trotsky afirmaba que “antes de la época del ferrocarril, la civilización se desenvolvía junto a las costas de los mares y las riberas de los grandes ríos. El ferrocarril abrió continentes enteros a la cultura. Una de las principales causas, si no la principal, del atraso y la desolación del campo ruso es la carencia de ferrocarriles, carreteras y caminos vecinales. La economía socialista es una economía planificada. La planificación supone principalmente comunicación; y los medios de comunicación más importantes son las carreteras y los ferrocarriles. Toda nueva línea de ferrocarril es un camino hacia la cultura, y en nuestras condiciones también un camino hacia el socialismo”.

 

Claves de la literatura

El tren y la carretera se han convertido en la literatura en personajes imprescindibles; bien como medio de transporte, bien como metáfora de huida, de inicio de una nueva vida, e incluso, de cercanía a la muerte. Clarín, ya en el siglo XIX, hace una extraordinaria alegoría en su relato “En el tren” en el que, en plena guerra contra Estados Unidos, el reciente instalado ferrocarril sirve a la viuda de un soldado español para huir y al ministro causante de la guerra para intentar un romance con la enlutada mujer. La guerra era la muerte, el pasado; el tren, el futuro, la huida.

Después de ellos, hay autores que han dedicado gran parte de su obra al tren; famoso es el caso de Paul Theroux, autor de “El gran bazar del ferrocarril” (viaje por Turquía, extremo oriente y Liberia) o “El expreso de Patagonia”.

Otros han usado el ferrocarril para la aventura amorosa, el asesinato, la pérdida de la soledad.  Cabe mencionar obras y autores como “Extraños en un tren” de Patricia Highsmith; “En el tren” de Ana María Matute; “Diccionario políglota del tren” de Mario León; “Un tren infernal” de Michel Amelia; “El tren de las 4:50” y “Asesinato en el Orient Express”, ambas novelas de la incomparable Agatha Christie; o “Ventajas de viajar en tren” de Antonio Orejudo.

 

Literatura y carretera

El buen lector pensará directamente en “A la carretera” de Jack Kerouack; en “Otra vez en la carretera, de Costa a Costa”; “Tras los pasos de Kerouack”; en “Carretera Intermedia”, de Mercedes Salisachs; en “Carretera maldita” de Stephen King, o en “Carretera de odios” de Ruth Rendell; pero fueron Davillier y Gustave Doré quienes mejor supieron describir el encanto de las incipientes carreteras en su “Viaje por España”, en el que a las descripciones de los tortuosos caminos plagados de bandoleros, de puentes sobrecogedores, se unen los grabados de Doré, que ilustran los primeros prodigios de la ingeniería española y un mundo que resulta tan lejano como fascinante.

Pero, ¿el ingeniero crea sólo caminos de huida y muerte? No. En la interesante novela “Transeuropa” de Rafael Argullol, el puente construido por el protagonista, que teóricamente va a unir Europa con Asia, el cristianismo con otras religiones, acaba por convertirse en el puente que le mostrará a su autor las dos partes de su vida.

Y una vez llegado al fin del camino encontramos la última metáfora: el faro. Elemento de soledad, de encuentro consigo mismo, de lucha contra el todo. Lo vemos en “El torrero” de Sinkiewick; en la novela “Al faro” de virginia Wolf; en “El faro del fin del mundo” de Jules Verne, o en el libro “Faros”, editado con motivo del centenario de los Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. En palabras de Calvo Serraller: “si la aventura es el mar, el faro es el pañuelo de luz que siempre confía en encontrar el navegante. El último en decirle adiós y el primero en recibirle, incluso cuando todo se hace tiniebla”. Las obras de arte recogidas en “Faros” hacen comprender el extraño encanto de la soledad.

V. Vázquez


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