José Luis García Martín: Todo lo que se prodiga cansa

Isla de Siltolá, Sevilla, 2017.        

Escribe el aforista: “Prefiere siempre un buen prejuicio a una mala idea” Pues bien, sea, tal vez, porque el prejuicio ha aceptado ya, per se, la función de pensar, algo que no solo distingue al hombre del animal (¡a saber, por cierto, si la tal sería una proposición defendible, a sabiendas de la virtud estratégica de las ardillas y la boquirota de algunos políticos!) sino que, por el contrario, la mala idea no vendría siendo, acaso, sino una contaminación, una idea válida echada a perder por un innecesario juntaletras con enfermedad de sí propio.             En fin, quiérese en ello decir que el aforista es un especulador arriesgado que no duda en señalar aquello que, si no es verdad, sí se aproxima a una propuesta que satisface un tipo de curiosidad más o menos fundada, provechosa, útil al necesario ejercicio de la libertad constructiva.           Con todo, el lector creo que, al final, obtiene sobre todo la sensación de compañía que emana de la voluntad del autor. Esto es, sin ser una especie de ‘Instrucciones de uso’ al modo como en su día tituló el gran Perec su libro, sí hay abundancia de una especie de normas, consideraciones, reglas que difieren el libro de un libro canónico de aforismos para aproximarlo a un diálogo constructivo, amistoso, directo donde es difícil eludir cada alusión aquí recogida por el autor, como si fuese un pensamiento compartido, para que el lector responda desde sí.             En tal sentido podríamos señalar: ‘El mejor amigo es el que acude cuando le necesitamos evita molestarnos cuando nos necesita’, ‘La mejor armadura, la piel del zorro’ o ‘Quien dice siempre la verdad miente a menudo’. Existen, con todo, engarzados en este largo texto, otras consideraciones o ‘sugerencias internas’ que exigen una mayor dedicación por parte del lector: ‘Lo que no se tiene también puede perderse’, ‘Para el que sabe mirar, una vuelta por su jardín vale lo mismo que tres vueltas al mundo’. O cuando, irónicamente, alude a la debilidad del vanidoso, ‘siempre a expensas de la opinión de los demás’   Una lectura, desde luego, que, en efecto, semeja un tributo a la compañía pues, a juzgar por su contenido, el lector es difícil que en algún momento se sienta sólo, esto es, no aludido. O, dicho de un modo mejor, ‘Sin literatura el mundo sería ilegible’

Ricardo Martínez

www.ricardomartinez-conde.es


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