José Viale Moutinho, ed. Cuentos populares portugueses.

Siruela, Madrid, 2016.         

Uno de los mejores antólogos sin duda -por su profundo conocimiento de la literatura portuguesa, ya sea en su faceta de erudito o de autor-, es la figura de Viale Moutinho que, con una riqueza inusual de materiales recogidos (a los que añade una clarividente introducción), nos hace entrega de este precioso libro donde se ordena y reproduce buena parte de la tradición cuentística escrita –y digamos, en el fondo sobre todo de origen oral- acumulado a lo largo de la historia de ficción de la filosofía vital portuguesa. Se añade, a mayores, un prólogo oportuno y razonado que resulta eficaz como apoyo a la lectura.       Historia, digamos, elaborada en torno al fuego del hogar y a la imaginación que, con la anuencia de la noche, confeccionaron el imaginario más sutil (“el cuento popular -leemos en la magnífica nota introductoria de Moutinho -se reduce a una narración corta con un fondo humano de universalidad, que se transmite de unos pueblos a otros”) y desarrollaron los temas expresivos más ancestrales de un pueblo esencialmente culto, delicado, minucioso en el comportamiento y sutil en el decir. Vuelvo a reiterarlo, un vecino, Portugal, al que por desidia o intereses injustificados se le dio la espalda tantas veces cuando hubiera sido mucho lo que podríamos aprovechar y aprender. Sobre todo de su cultura literaria             Los cuentos, en cuanto a temática, son tan variados como lo sean las circunstancias que cada día nos sorprenden. De hecho, el cuento popular, en última instancia, no es sino un manual al uso de cuanto de consuetudinario encierra la vida del hombre. Algunos cuentos, sin embargo, tienen una rara originalidad dentro de lo que pueda ser un tema ya aludido en otras tradiciones, cual es el caso de ‘El cuento de las nueces de la viejecita’ o bien, por su simpática originalidad didáctica, ‘El cuento de la mantita de seda’.   Creo que, en ocasiones, podría decirse también del cuento popular lo que se ha dicho tradicionalmente de la poesía: cada lector aporta algo nuevo a lo leído en la medida en que la forma de entender de cada uno enriquece el ‘ser’ de lo recibido en la práctica lectora. También en la pura transmisión oral que se pudiera derivar de ello. El antólogo lo expresa, a mi entender, con mucho acierto y sencillez: “Y es que un cuento popular nunca está definitivamente terminado, necesita siempre alguna que otra mano de color, de imaginación, de alucinación, de lo que, en fin, se nos pase por la cabeza mientras seamos contadores…¡y, naturalmente, oyentes!”     El cuento a la luz del fuego acaso haya sido desde siempre el primer émulo de la escuela, de la enseñanza como transmisión oral; en ocasiones, lógicamente, respondiendo también a una ética del pensar y actuar, cual pudiera ser el caso de ‘El cuento de las manchas de la luna’. Siempre, con todo, siempre, un medio de transmisión, de comunicación en el sentido más amplio, de cultura viva y renovada en cada anécdota, en cada ocasión.               De ahí que haya pervivido hasta aquí, y que haya de pervivir mientras el hombre ame y tema, mientras sonría y espere…             Así sea                                                               

Ricardo Martínez


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