Antonio Machado frente a la verdad

Arturo del Villar

   EN los poemas breves que Antonio Machado calificó de “Proverbios y cantares”, lo mismo en Campos de Castilla que en Nuevas canciones, y también de “Parábolas” en el primer libro, recogió pensamientos con un tono reflexivo. Es sabida su atención a la filosofía, que estudió y comentó  con varia fortuna, desde su dedicación a la enseñanza como un “maestro de gay-saber” reducido a ser un “humilde profesor / de un instituto rural”, según se autodefinió en el “Poema de un día” de Campos de Castilla.Además de enseñar, estudiaba y aprendía a filosofar.

   Resulta destacable, en el caso de Machado, la inquietud por el tema de la verdad en esa serie poética señalada. Es una cuestión muy atractiva para los filósofos, desde los clásicos griegos hasta los que algún día lo serán pasado nuestro tiempo. El filósofo José Ferrater Mora elaboró un monumental Diccionario de Filosofía, del que se ha hecho una edición de bolsillo añadiéndole al título la aclaración de abreviado; en el comentario acerca del tema de la verdad según lo han analizado los pensadores a lo largo de la historia, se lee este resumen, tomado de la edición barcelonesa hecha por EDHASA en 1976, página 432:

   Parece imposible reducir a un común denominador todos los conceptos de verdad hasta aquí presentados.

   En general puede decirse que los problemas acerca del concepto filosófico de verdad surgen cuando no se tiene suficientemente en cuenta la distinción entre lo que es verdad y lo que es la verdad. Lo último es un tema metafísico; lo primero, un tema epistemológico. La verdad metafísica requiere, para ser entendida, una previa teoría del ser. La verdad epistemológica requiere una teoría de la conformidad.

   Aunque la metafísica llegó a ser maltratada e incluso negada a finales del siglo xix, teoría mantenida en el xx, en el caso de Machado es cierto que sus meditaciones acerca de la verdad son metafísicas, puesto que parten de la noción del ser como método. Sus proposiciones tienden a verificar la posibilidad de conocer la verdad para posibilitar la comunicación entre los seres humanos, superando así desde luego el error y también la apariencia.

Disputa sobre la verdad

   La séptima parábola desarrollada en Campos de Castilla plantea una disputa, a la manera de las medievales, entre la razón y el corazón. Es curioso observar en castellano que la palabra “corazón” parece un ensanchamiento de “razón”, con esa partícula “co” indicadora de compartir algo. Para el poeta el corazón se halla propicio a participar en la búsqueda de la verdad metafísica, pero la razón discrepa, aunque no explica sus motivos. Probablemente los tendrá y serán concretos, puesto que se manifiesta con mucha seguridad e incluso autoridad:

   Dice la razón: Busquemos

la verdad.

Y el corazón: Vanidad.

La verdad ya la tenemos.

La razón: ¡Ay, quién alcanza

la verdad!

El corazón: Vanidad.

La verdad es la esperanza.

Dice la razón: Tú mientes.

Y contesta el corazón:

Quien miente eres tú, razón,

que dices lo que no sientes.

La razón: Jamás podremos

entendernos, corazón.

El corazón: Lo veremos.

   Por supuesto, ese “Lo veremos” no es una confirmación de lo dicho por la razón, sino todo lo contrario, es un desplante chulesco negativo. Así se usa en las conversaciones populares, cuando se quiere asegurar la imposibilidad de realizar algo. Se dice “Lo veremos” o bien “Ya veremos” para garantizar que no será así. Dada la discrepancia dialéctica, la razón se muestra convencida de la imposibilidad de alcanzar un acuerdo final con el corazón, puesto que sus opiniones son dispares.

   En el diálogo la razón propone buscar la verdad, pero el corazón proclama que ya la tenemos, porque es la esperanza, y todos los seres humanos pasamos nuestra vida esperando algo, que llega con la forma de la muerte, única seguridad en este mundo.

Dos pensamientos afines de Pascal

   Esta parábola machadiana obliga a recordar unos pensamientos de Blaise Pascal con los mismos protagonistas, la razón y el corazón. De sus conocimientos matemáticos derivó a las especulaciones lógicas, que le condujeron a la teología, y también expuso una teoría acerca de su conexión íntima:

   El corazón tiene sus razones, que la razón no conoce; lo sabemos por mil cosas.  (Pensées, 277--243.)

   Conocemos la verdad no solamente por la razón, sino también por el corazón; de esta última manera conocemos los primeros principios, y es inútil que el razonamiento que carece de ellos intente combatirlos. (282--110.)

   De modo que Machado compartió con Pascal la creencia en el poder del corazón para conocer la verdad metafísica, lo que demuestra que poesía y filosofía se acoplan, si es que no son lo mismo, según opinaba Miguel de Unamuno, también poeta y filósofo muy original. Hay asimismo un hermoso poema de Gabriela Mistral titulado “Charla entre la razón y el corazón”, que se expresa con la misma intencionalidad lírica. Lo ideal es que el corazón y la razón coincidan en sus apreciaciones, pero cuando no sucede así algunos poetas y algunos filósofos prefieren hacer caso del corazón. Puede que acierten más que el resto de los que no opinan como ellos.

La media verdad

   Por eso Machado era partidario de decir la verdad completa, que es la única manera exacta de decirla. Contar las verdades a medias implica un grave riesgo, y es que los oyentes de ambas mitades no las crean, y en consecuencia se conviertan para ellos en mentiras. La media verdad es una media mentira. Así lo declara el proverbio xlix de las Nuevas canciones:

   ¿Dijiste media verdad?

Dirán que mientes dos veces

si dices la otra mitad.

   Decir las verdades a medidas equivale a mentir dos veces, una en cada dicción. La verdad metafísica no puede ser discutible, forma parte de la categoría de las verdades eternas, esas proposiciones universales que ya describió Platón. Decir la verdad es la más poderosa cualidad poseída por los seres humanos, la que nos permite comunicarnos entre nosotros, puesto que si dudamos unos de los otros resulta imposible la convivencia.

   Jesucristo les aseguró a los judíos que le seguían, no todos con el ánimo predispuesto hacia sus enseñanzas: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Evangelio según Juan, 8:32). Para residir en la libertad es preciso conocer la verdad, con la que se ordena la sociedad. Solamente con mirar a nuestro alrededor comprobamos que el mundo es caótico, lo que demuestra que no decimos la verdad, o que la decimos a medias.

   La degeneración social deviene de no querer decirnos entre nosotros la verdad. Aquel profesor apócrifo en el que se escindió literariamente la personalidad de Machado con buena fortuna, Juan de Mairena hablaba así a sus alumnos en marzo de 1936, en vísperas de una hecatombe bélica derivada de no entenderse los españoles de aquel tiempo sombrío, y sus palabras se integran en el capítulo xliv del libro titulado con su nombre:

   La inseguridad, la incertidumbre, la desconfianza, son acaso nuestras únicas verdades. Hay que aferrarse a ellas.

   Y de este modo la decadencia de la sociedad continuará, como viene sucediendo desde que tenemos noticias históricas. Las citadas por Mairena no pueden ser la verdad metafísica, sino la consecuencia de conversar con medias verdades doblemente falsas en cada expresión. Además, es muy relevante la duda implicada con ese “acaso” distanciador de conceptos.

   Se relaciona con aquella humorada de Campoamor, el apodado poeta filósofo, convertida en un chascarrillo que muchos repiten sin conocer al autor, porque se ha integrado en el patrimonio de la sabiduría popular:

   En este mundo traidor

nada es verdad ni mentira,

todo es según el color

del cristal con que se mira.

   Su filosofía, a la altura misma de su poesía, le vedaba la creencia en las verdades absolutas. Su verdad le dio una visión del mundo que no podemos compartir, porque la verdad no debe ser variable, si aceptamos la existencia de unas normas de derecho natural aplicables a toda la humanidad, incluidos los poetas filósofos. A ellos más que a nadie.

La verdad particular

   Aunque Mairena se manifestara de ese modo tan negativo, Machado confiaba en la verdad metafísica, por lo menos en teoría. Si se acepta universalmente la existencia de una ley y un derecho naturales, el corolario inevitable debe ser que también existen unas verdades naturales. Los teólogos identifican esa teoría con la existencia de Dios, y por ello utilizan la inicial mayúscula de Verdad para equipararla con Dios.

   No puede asegurarse que Machado pensara de esa manera, porque su religiosidad no está bien definida. Parece más bien que admitía una verdad inconmovible, de la que emanan las verdades comunes. Si la humanidad se atuviese a ella, la historia resultaría muy diferente de la que conocemos. El proverbio lxxxv de las Nuevas canciones se refiere a la verdad absoluta, con la inicial mayúscula de los nombres propios en castellano:

   ¿Tu verdad? No, la Verdad,       

y ven conmigo a buscarla.

La tuya, guárdatela.

   Conforme con la teoría platónica, Machado declara creer en una verdad absoluta general, y desdeña las consideradas verdades por cada ser humano, las verdades particulares. Tal vez algunas o muchas sean verdaderas, aunque es preciso conocer la verdad absoluta para equipararlas. De la misma opinión era Rubén Darío, según lo explicó en un artículo publicado en Los Lunes de El Imparcial, titulado “Dilucidaciones” y puesto como prólogo a su poemario El canto errante al editarlo en 1907:  

   Por lo que a mí toca, si hay quien me dice, con aire alemán y con lenguaje un poco bíblico. “Mi verdad es la verdad”, le contesto: “Buen provecho. Déjeme usted con la mía, que así me place, en una deliciosa interinidad.

   Este coloquio lo sostenía con sus detractores, que al principio fueron muchos, como sucede siempre que alguien aporta una idea, un concepto, un descubrimiento o una poética originales. Hay personas incapaces de aceptar las innovaciones, y defienden con apasionamiento las teorías antiguas, convertidas para ellos en verdades innegables. El intelectual debe estar abierto a los hallazgos renovadores de la tradición, con los que avanza el desarrollo cultural y científico de la sociedad: Rubén y Machado lo sabían.

La verdad eterna

   La verdad que importa es la eterna, por ser inmutable, la diga quien la diga. Es la verdad con valor en sí, no porque se exponga en un profundo tratado filosófico, o teológico, o poético. Así lo asegura Mairena precisamente en la primera lección impartida a sus alumnos:

   La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.

   Agamenón.- Conforme.

   El porquero.- No me convence.

   Son las dos aproximaciones a la verdad natural, o innata, o eterna, o como se la quiera adjetivar. Se supone que Agamenón, rey de Micenas, el más poderoso de Grecia, poseía una cultura vasta, mientras que su porquero, al desempeñar tan bajo oficio, carecía de instrucción. Son los dos polos opuestos utilizados por Machado para explicar con qué disposición contemplamos la verdad los seres humanos. Para algunos, los educados, la verdad eterna es inmutable, en tanto para otros, los ignorantes, carece de valor. Sin embargo, la verdad absoluta ha de existir necesariamente.

   El mismo concepto con otros personajes se expone en el capítulo xvi, con la añadidura de una aclaración negativa respecto al comportamiento humano en general, relacionado con aquellas lamentables verdades a las que dijo que acaso conviniera aferrarse, por ser las comunes:

   Señores: nunca un gran filósofo renegaría de la verdad si, por azar, la oyese de labios de su barbero. Pero esto es un privilegio de los grandes filósofos. La mayoría de los hombres preferirá siempre, a la verdad degradada por el vulgo –por ejemplo: dos y dos, igual a cuatro— la mentira ingeniosa o la tontería sutil, puesta hábilmente más allá del alcance de los tontos.

   Aunque Machado era un poeta del pueblo por su ideología, e incluso por herencia familiar, como alega un verso del “Retrato” que abre Campos de Castilla: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina”, también era un intelectual. Necesariamente debía preferir las creencias de los filósofos, sobre todo si merecían el calificativo de grandes, a las ideas de las personas incultas. Lo que hacía era denunciar la situación de indigencia intelectual padecida por las masas, para incitar a remediarla.  

Qué es la verdad

      Como poeta quiso expandir el concepto de verdad que profesaba. Y para comunicarlo a los lectores se planteó una pregunta en verso que dejó sin respuesta, para que la meditasen ellos. Está en el proverbio xciii de las Nuevas canciones, con una exposición metafórica muy acertada:

     ¿Cuál es la verdad? ¿El río

que fluye y pasa

donde el barco y el barquero

son también ondas del agua?

¿O este soñar del marino

siempre con ribera y ancla?

   Son unas preguntas puramente retóricas, puesto que no es comparable una escena real, la del barco que surca las aguas de un río, con la ensoñación de un marinero en tierra, por decirlo con un título feliz de Rafael Alberti. Las dos posibilidades son verdad, pero en planos diferenciados: una verdad real, porque el barco efectivamente navega por el río con el barquero a bordo, y una verdad ideal, el sueño del marinero imposibilitado de navegar, por lo que se halla en la ribera como si le atase un ancla a ella. Son dos exposiciones de la verdad, una realizada y a otra deseada. El afán del marinero en tierra es verdadero, aunque pertenece al mundo de la fantasía, mientras que el barquero ejecuta una maniobra precisa.

   Al dejar la cuestión pendiente de respuesta, parece que Machado incita a los lectores a proponer la suya. El buscar la verdad proporciona más placer que el sentirse poseedor de ella. Lo afirmó en el siglo xviii el filósofo, teólogo, ensayista de arte, dramaturgo y con otras ocupaciones más, Gotthold Ephraim Lessing, al imaginar una visión en la que debería elegir:

   Si Dios me ofreciera en su mano derecha toda la verdad, y en su mano izquierda solamente el afán continuamente acuciante de encontrar la verdad, con la seguridad de estar eternamente equivocado, y si me dijera “¡Escoge!”, tomaría humildemente su mano izquierda diciendo: “¡Dame ésta, Padre! La verdad pura es únicamente para ti. (Una duplicación, en sus Werke, x, 53.)

      Una pretensión parecida fue planteada por Mairena a sus alumnos, al oponer la posesión de la verdad con el propósito de buscarla. Pero como la facultad pensante de los seres humanos se halla coartada por las limitaciones de su capacidad de conocer, tan variables a lo largo de la historia, no se decidió abiertamente por una opción, sino que también en este caso dejó unas preguntas sin respuesta en el capítulo xlv de su libro:

   Que el camino vale más que la posada; que puestos a elegir entre la verdad y el placer de buscarla elegiríamos lo segundo… Todo eso está muy bien –decía Mairena--; pero ¿por qué no estamos ya un poco de vuelta de todo eso? ¿Por qué no pensamos alguna vez cosa tan lógica como es lo contrario de todo eso?

   Podemos aplicar la respuesta de Lessing al ofrecimiento de Dios. Es tan lógico pensar una cosa como la otra, a sabiendas de que nadie está capacitado para sentirse poseedor de la verdad absoluta, aunque los dictadores se hallen convencidos de que ellos son los guardianes de la verdad.

Sin respuesta

   Debemos ser más humildes, precisamente porque elegir entre la verdad y su búsqueda es una entelequia. Como el mismo Machado escribía, hay que ir a buscar la Verdad con mayúscula, despreciando las verdades particulares. Precisamente por los impedimentos para conocerla.

   Se lee en el Evangelio según Juan que el gobernador Pilato, representante de la Roma imperial e invencible, preguntó a Jesucristo “¿Qué es la verdad?”, y él no respondió nada (18:38). Seguramente no existe una respuesta exacta. A la verdad le ponemos adjetivos para ir limitándola, y así conocerla parcialmente, gracias a un asedio intelectual que dura milenios. Tampoco Machado se atrevió a dar respuestas a las preguntas que le inquietaban.

   Quizá si alguien, Jesucristo, un filósofo o un poeta hubiera aportado una respuesta incuestionable, al conocer la verdad ya habría dejado de importarnos. Si nos inquieta es precisamente por su misterio. Cada ente pensante se considera capacitado para descubrir la verdad metafísica, y de ese modo continúa desarrollándose la inteligencia. Gracias al deseo de conocer la verdad existen la filosofía, la teología y la literatura de creación. Es preciso mantener la competencia secular entre la verdad y la falsedad, para que la raza humana disponga de un entretenimiento que la mantenga en el plano superior a los restantes seres vivos. Aunque haya que mezclar la realidad con el sueño, aunque sea obligado escuchar las opiniones de Agamenón y de su porquero.Ésta es la única verdad que debemos defender, como propagandistas de la Verdad con mayúscula.

 

 


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