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El apoliticismo de Ramón Gómez de la Serna

El apoliticismo de Ramón Gómez de la Serna

Ramón estudió derecho y tuvo la opción de ocupar diversos cargos políticos por el prestigio de su padre D. Javier Gómez se la Serna y Laguna quien siempre le había apoyado. La política no era su meta, le preocupaban los problemas sociales y se relacionaba con personas involucradas en cargos públicos; sin embargo, cuando presenció«el asesinato de su padre por la dichosa política» como relata con dolor en Automoribundía, su apoliticismo se intensificó. D. Javier Gómez de la Serna era un político honorable, al poco tiempo de finalizar la licenciatura de Derecho ingresó por oposición en el Ministerio de Ultramar, en 1887 fue nombrado Jefe de Negociado de segunda clase, en 1889 ascendió a Jefe de Administración de cuarta, en 1893 fue promovido a Jefe de Administración de tercera clase y segundo de la Sección de los Registros y del Notariado del Ministerio de Ultramar y en 1899 fue nombrado Registrador de la Propiedad de Frechilla (Palencia). Fiscal de la Audiencia Provincial de San Sebastián en 1901 se le declaró excedente por su elección a Diputado en Cortes en las elecciones de ese mismo año. Fue Director General de los Registros y del Notariado en 1905 y en 1907 y por Real Decreto de 11/02/1910 fue nombrado Director General de Obras Públicas. En 1919 fue designado para prestar servicio durante un año en la Presidencia del Consejo de Ministros con el objeto de continuar los trabajos sobre crédito territorial en Marruecos; sin embargo, su aspiración a ser ministro se vio truncada cuando el presidente del Consejo le llamó para que no asistiese a la Cámara esa tarde porque había problemas con uno de sus ministros. No le sorprendió porque conocía la causa y no quiso prestarse a la farsa. Al día siguiente acudió y reveló el enredo, renunciando para siempre con la voz emocionada a la política y al acta. Cuenta Ramón afligido en Automoribundia: «Yo, que nunca le había acompañado en sus tareas parlamentarias ni en los confortables despachos de sus cargos públicos, comprendí que aquel día era un día solemne porque presentí la trascendencia trágica del último discurso. En efecto, su voz fue de agonía, y me di cuenta de por qué suelen ser rojos los escaños, como si estuvieran preparados para recibir la sangre de los que se sacrifican en el ara política. Vi cómo se ponía ceniciento y sentí una congoja tan grande como el hemiciclo Mi padre estaba asesinado y su rostro recogió la impresión como si le hubieran sacado con yeso frío una mascarilla premortal.¡Siquiera le hubiesen preservado en ese trance aquel bigote y aquella barba en punta que le habían caracterizado hasta la madurez! Me reuní con él en el saloncillo y le di el brazo disimulando su asesinato, viendo cómo las grandes alfombras absorbían, encrestando sus grecas, las últimas gotas de sangre caída. Eran las cinco de la tarde ―sí, la hora en que también mueren los toreros―, y saludaba a los ujieres con la efusión del diputado primerizo, cuando él era el que les vio hacerse viejos y ni iba a volver a verlos nunca más.» La salud de D. Javier se fue deteriorando hasta su fallecimiento en 1922 y Ramón reiteró su apoliticismo durante toda su vida.

Mª Ascensión Fernández Pozuelo