Truman Capote: el escritor de los sueños modernos

Andrés Russo

 

Algunos escritores son capaces de producir una obra maestra, pero muy pocos pueden soportarla y sobrevivir a ella. Capote no sólo que no pudo concluir ningún libro de largo aliento luego de "A sangre fría", lo cual no desmerecería en lo más mínimo la que ya era junto con Desayuno en Tiffanys una obra irreverente, de un estilo muy cuidado y dotada de lo que me gusta llamar el aroma de los sueños modernos, sino que su vida se hizo prácticamente inviable. Las mieles que le representaron el gran éxito comercial de "A sangre fría" y el elogio de la crítica destinada al gran público lo impulsaron en la dirección de una empresa para la que, precisamente del gran esfuerzo emocional y literario que le representaron los traumáticos años de composición del gran libro de la non fiction, ya no podía enfrentar: la composición de la gran novela de las miserias, intrigas y escándalos ocultos del jet set norteamericano. Rumores que se esparcían por todo Manhattan y que Capote atesoró como las joyas que fascinaban a sus aristocráticas marionetas. Escribir esta novela, que Capote en muchas ocasiones (que contractualmente se comprometió a emprenderla en 1966 y que dejó inconclusa a su muerte en 1984) comparó con "En busca del tiempo perdido" de Proust, le valdría el reconocimiento de la elite intelectual que le había sido esquivo al elevarlo al status de el gran novelista norteamericano de todos los tiempos, acaso mejor que Faulkner y que Hemingway (no dudo que Truman creyese que algo tenía que envidiarles) y que, al fin, obtendría al menos el Pullitzer que jamás se le otorgaría (y que habían recibido íntimos amigos suyos como Newton Arvin por una excelente biografía de Melville o Nelle Harper Lee por "Matar a un ruiseñor"). Ciertamente, Capote había comenzado su caída por un espiral descendente donde se proponía una pieza tan ambiciosa como imposible para las pocas fuerzas, literarias y existenciales sin más, que le restaban ya a fines de la década del 70. Fuerzas creadoras que no recuperó jamás después de su gran libro, ya que como afirmó con plena autoconciencia del punto de inflexión al que había arribado: "Nadie sabrá nunca lo que A sangre fría se llevó de mí. Creo que, en cierto modo acabó conmigo". La relación con Perry Smith, que lindaba entre la manipulación y cierta atracción, fue devastadora para Truman. Desesperado por tener un final para su libro se queja en una carta a Sandy Campbell el 7 de febrero de 1965: "El tribunal supremo ha concedido otra prórroga! Vaya país! !Vaya sistema judicial! No sabremos nada hasta marzo o abril". Pocos días antes, el 24 de enero de 1965: "Querido Perry: acabo de saber que el tribunal ha desestimado la apelación. Me sabe muy mal. Pero recuerda: no es el primer contratiempo". La cordura lo había abandonado o la hipocresía se habían apoderado por completo de él. En cualquier caso, Capote sabe que bajo las reglas que se ha impuesto para este nuevo trabajo tan original el final no está en sus manos. Esa cruel dependencia de una realidad a la que había subvertido con una ficción donde abunda una elegancia por momentos irónica, por otros nostálgica, parecía abrumarlo en exceso. Luego de la publicación de "A sangre fría" la fama a niveles inconmensurables que alcanzaría pareció sosegarlo, aunque como bien señala Gerard Clarke:"En la vida de ciertas personas hay momentos que considerados retrospectivamente, aparecen como líneas definitorias de un espectacular ascenso o de un espectacular declive. Desgraciadamente para Truman el día de la publicación de "A sangre fría" representó ambas cosas". Fama y dinero, pero un nulo reconocimiento del estamento literario, que en 1966, cuando finalmente se publicó el agónico libro, destinó el premio Pullitzer a David Davis por su libro "El problema de la esclavitud en la cultura occidental". Truman no podía más que sentirse plenamente humillado. Su triunfo, en estrictos términos literarios, parecía incompleto a ojos de los hacedores del canon. Estas pequeñas ofensas lo hacían tambalear en la certeza, por demás indiscutible, de que era un gran escritor. Como en muchos otros casos él lo repetía a quien quería oírlo, pero en su intimidad albergaba dudas que plasmaría en el prólogo a "Música para camaleones". Pero antes de concentrarnos en "Plegarias atendidas" y en "Música para camaleones" consideremos una reacción más de Capote sobre lo injusto que era el mundillo literario con su reciente y extraordinario logro. Cuando en 1968 su acérrimo rival Norman Mailer obtuvo todos los grandes premios que el establishment cultural norteamericano puede otorgar por su libro "Los ejércitos de la noche", Capote no dudó en señalar que sería justo y honesto por parte de Mailer haber añadido en la portada de su libro "Variaciones sobre un tema de Truman Capote". Hasta aquí el contexto, de gloria, resentimiento y agridulce éxito que le reportó su obra más famosa. Truman sabía que debía empezar pronto en un nuevo proyecto. Fue así que el 5 de enero de 1966 (dos semanas antes de que se publicara "A sangre fría") firmó con Randon House el contrato para "Plegarias atendidas", cuya entrega inicialmente se pautó para el 1 de enero de 1968. El propósito, como ya hemos anticipado, consistía en lograr la máxima calidad estética mediante un minucioso fresco de la sociedad aristocrática europea y de la costa Este norteamericana. Hago aquí un alto para una pequeña digresión. En 1966 Capote, extenuado luego de casi 6 años de intenso trabajo, se dedicó a disfrutar de la gran ola de fama que lo tenía como celebridad indiscutida en la televisión y la prensa gráfica. Había logrado lo que toda su vida quiso: el centro de todas las miradas, laudatorias o escandalizadas, lo mismo le daba. Esa omnipresencia parecía redimirlo de su condición de niño reiteradamente abandonado. Fueron mucho más que los 15 minutos de fama que su amigo Andy Warhol profetizó para cualquier ignoto en los tiempos de la posmodernidad, pero no dejó de ser el siempre solitario lugar que es la fama. No en vano, el título que lleva su epistolario, "Un placer fugaz" responde a la súplica con la que Capote se dirige a sus amigos para que le respondan sus cartas y postales, ya que eran los escasos momentos de dicha de los que podía disfrutar. Un hombre que se convirtió en un nombre, pero con amistades a las que celaba y amores que no terminaba de comprender, como su ambivalente relación por tres décadas con Jack Dunphy, que terminó en una desoladora lejanía sobre el final de su vida. De hecho, la correspondencia de Truman concluye el 25 de febrero de 1982 con notable ansiedad: "Te echo de menos. Dime cuando llegas". Una fama insoportable dentro de una soledad más insoportable aún. Soledad que empeoraría a medida que diera a conocer, sin mucho disimulo, las inconfesables vidas de los que aparecen, en muchos casos de manera snob y cruel, retratados en lo que ha sobrevivió de Plegarias atendidas. Las puertas de ese mundo de glamour y confidencias se le cerraron súbitamente a Capote. Truman afirma que la enervada reacción de sus ahora ex-amigos plutócratas (si es que la amistad es posible en esos círculos) no había afectado en nada su ánimo ni su capacidad de trabajo. Por supuesto, esto es falso. Sin duda, Capote tiene razón al esgrimir que era un acto de ingenuidad de parte de sus amigos del jet set el suponer que no podían ser utilizados como elementos para su literatura.¿Quién le puede decir a un escritor de ficción lo que puede y lo que no puede contar? Creo que Truman había olvidado el famoso affaire Heirst-Welles durante el rodaje de "El ciudadano Kane" , que destruyó por completo la carrera de Welles, al menos dentro del conglomerado de estudios. Contar la historia del asesinato de una familia de Kansas a mano de dos delincuentes comunes no representa ningún peligro, pero si uno escribe, como lo hace Truman en Monstruos perfectos (capitulo inaugural de la novela): ¿Les resulta familiar el término loca asesina. Es cierto tipo de marica cuyo flujo sanguíneo está refrigerado con freón. Por ejemplo, J. Edgar Hoover" los peligros se acrecientan notablemente. Pasarían el 66, 67, 68 y Capote no lograba encontrar para Plegarias atendidas una estructura que le resultara satisfactoria. Random House esperaría, en vano, por la obra definitiva de Capote, que inconclusa se publicaría póstumamente en 1987. No obstante, Capote brindó lo que creyó eran algunos capítulos anticipatorios de su última gran novela, pero en verdad todo lo que empezó a conocerse en la célebre revista Esquire a partir de 1976 es lo que finalmente terminaría siendo en su totalidad "Plegarias atendidas".¿Dónde estaba el resto de la obra de la que Capote le hablaba continuamente a amigos y a su editor, incluso con minucioso detalles de las tramas de los que serían los capítulos inéditos? Ya volveremos a ese misterio en base a algunas teorías que sus allegados y el editor de Random House han elucubrado al respecto, pero antes veámonos cómo Capote desde el último libro que publicó de manera íntegra relee su obra, en “Música para camaleones” de 1980 (texto que compilaría material nuevo de ficción y de no ficción y que para muchos críticos, entre los que no me cuento, es un libro que no está a la altura de los textos iniciales de Capote. En lo personal creo que no es modo alguno inferior a sus primeros textos y, definitivamente, muy superior a la intentona fallida de Plegarias atendidas). Capote allí nos dice: " Sí, dejé de trabajar en Plegarias atendidas en septiembre de 1977, un hecho que no tenía nada que ver con las reacciones que algunas partes del libro ya publicadas suscitaron en el público... Para empezar, creo que la mayoría de los escritores, incluso los mejores, escribe de forma excesivamente elaborada. Yo prefiero quedarme corto. Sin embargo, mi impresión era que mi estilo se estaba haciendo demasiado denso. Volví a leer una y otra vez todo lo que ya estaba escrito de Plegarias atendidas, y empecé a tener dudas, no acerca del material o del enfoque, sino acerca de la misma textura de lo escrito. Releí"A sangre fría" y reaccioné del mismo modo: había demasiadas partes en las que no había escrito todo lo bien que podía hacerlo, en las que no me había entregado por completo".¿Capote realmente creía que había ejecutado por casi cuarenta años una literatura lánguida, artificial y que, a la sazón, le resultaba sumamente imperfecta? No lo creo en lo más mínimo. Pretendía evidenciar que su crisis creativa frente a Plegarias atendidas respondía a una revisión crítica de la estética de todos sus trabajos anteriores, pero esa es una pregunta que un escritor se hace cuando se siente muy cerca del abismo.¿He escrito algo que valga la pena?, no es una pregunta que pudiera hacerse genuinamente Truman Capote. En sus artimañas entre convencer al público y de convencerse a sí mismo que su talento estaba intacto era capaz de cualquier afirmación crítica, aunque la crítica jamás le hubiese interesado antes. No quiero extenderme mucho más, pero Capote volverá una y otra vez a afirmar (por caso en una carta a los lectores de Interview en abril de 1980:"finalmente estoy acabando Plegarias atendidas") ¿Qué veracidad tenían todas estas declaraciones?, ¿escribió más de Plegarias atendidas de lo que dio a conocer?, ¿ese material inédito ha sobrevivido en alguna parte?, ¿fue destruido por el propio Capote o jamás fue escrito? Los interrogantes alrededor de "Plegarias atendidas" justificarían en sí mismo una novela, pero Capote jamás nos iba a narrar la que debe haber sido la gran desesperación de su vida. El editor de Random House a cargo de lidiar con Truman por esta novela asume que es probable que Capote hubiese escrito más que los 3 capítulos que integran la edición final de Plegarias atendidas, pero que tampoco alberga mayores dudas de que los destruyo. Tomemos simplemente dos párrafos de "Monstruos perfectos" para ver el equilibrio estilístico que Capote (o P.B Jones) busca para su despiadada narración, creo que con resultados evidentemente desparejos. Escribe Jones: "La verdad es que raras veces estoy con la persona con quien estoy, por decirlo de algún modo. Y estoy seguro de que muchos de nosotros, incluso una gran mayoría, compartimos ese estado de dependencia de un escenario interior, con fragmentos eróticos que imaginamos o recordamos, con sombras impertinentes sobre el cuerpo que tenemos encima o debajo. Son imágenes que nuestra mente acepta en el ataque sexual pero que excluye una vez que la bestia ha sido expulsada, ya que sin importar lo tolerantes que seamos, esos camafeos resultan intolerables para el alma mezquina que hay dentro de cada uno de nosotros" Dos páginas más adelante, en diálogo con uno de sus marionetas, P. B Jones le dice: "Alice, sólo te digo esto porque conociste a la criatura en mi casa. Por ello me siento responsable. ! Ten mucho cuidado ! Se volteará cualquier cosa, mulas hombres, perros, bocas de incendios. Ayer precisamente me llegó una carta furibunda de Jean Cocteau desde París. Pasó una noche en el hotel Plaza con nuestro amigo. Y ahora tiene una gonorrea que lo demuestra! Dios sabe que es lo que no tendrá la criatura!" Los profundos soliloquios de P.B Jones sobre el sexo no conviven literariamente muy bien con sus indiscretos regodeos sobre infecciones de transmisión sexual. “Plegarias atendidas” es un libro valioso, pero mucho más lo es “Música para camaleones”. En él como pieza de non-fiction podrán encontrar el maravilloso y extenso relato:" Ataúdes tallados a mano (Relato real de un crimen americano)” que poco tiene que envidiarle a “A sangre fría”. No me puedo detener ahora en su comentario, pero espero que prometan que si no lo han leído, lo harán. Es de los mejores textos de Capote. También podrán encontrar una sección destinada a “Conversaciones y Retratos” donde destaca “Un día de trabajo”: la historia de Mary Sánchez, una mucama por horas que con la compañía de Capote recorre las deshabitadas casas que limpia a lo largo y ancho de Nueva York. Sólo comparto con ustedes una pequeña descripción de Mary Sánchez, exquisita y precisa, como el mejor Capote era capaz de urdir: “Mary Sánchez es fuerte, pero tiene una cara redonda, pálida y suave, con una nariz algo respingona y un bonito lunar en la mejilla izquierda. No le gusta el término «negro», aplicado en forma racial.«Yo no soy negra. Soy castaña. Una mujer de color castaño claro. Y le diré algo más. No conozco a mucha otra gente de color que les guste que les llamen negros. Quizás a algunos jóvenes. Y a esos radicales. Pero no a gente de mi edad, ni aun a los que tienen la mitad de mis años. Ni a la gente que son negros de verdad les gusta” Quiero finalizar con la única carta en la que Truman Capote se refiere a Oscar Wilde, más concretamente a su correspondencia. Así le escribe a Newton Arvin el 15 de octubre de 1962: “¿Has leído el fantástico volumen de las cartas de Oscar Wilde? Ni te puedo describir lo fascinantes que me han parecido. Pobre hombre, no ganó para disgustos, no se libró de nada. De nada”. Es curioso que Truman tuviese una visión más benevolente de sí mismo que la que tenía de Wilde, aunque para 1962, aún inmerso en la tragedia de encontrarse en plena escritura de “A sangre fría”, todavía no se había encontrado cara a cara con la autodestrucción de sus últimos años. Estriba una gran diferencia, y no de talento precisamente entre Wilde y Capote, sino de coraje. Wilde afronta su humillación pública y el dolor por el amor de una manera brillante e íntegra, lo que nos ha dejado ese texto inmortal que es “De profundis”. Truman optó por no escribir la versión de sus últimas calamidades, que acaso fueran las de siempre, ya que dudosamente los demonios que nos acompañan cambien o se multipliquen más allá de la infancia. Eso Truman lo sabía muy bien, pero prefirió para sus últimas páginas tratar de narrar un mundo obscenamente superficial, donde el dolor y el sufrimiento muy improbablemente sean comprendidos y valorados como un hecho estético. Truman Persons trabajó toda su vida para dotar de importancia a Truman Capote, pero siempre acechado por la frase de Santa Teresa de Jesús que tanto lo obsesionó: “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. Capote se obstinó en aspirar a mucho más que su desgraciada infancia en Alabama para un día llegar a convertirse en uno de los imprescindibles escritores de la segunda mitad del siglo XX. Esa poderosa transformación sólo fue posible, al menos en su caso, en virtud de un sufrimiento considerable, del que a más de treinta años de su muerte ya se ha perdido. Que eso mismo no le suceda a su obra es parte de nuestro gozoso porvenir como lectores.

 

 


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