Una premonición de Antonio Machado

Arturo del Villar

EL mar es un tema recurrente en la poesía de Antonio Machado, pese a que la mayor parte de su vida permaneció muy lejos de él. No constituye una referencia física, sino mental, por lo tanto, que presenta debido a ello un valor simbólico. Pocas veces pudo verlo, debido a las circunstancias de su vida: al haber nacido en Sevilla y vivir después en Madrid, París, Soria, Baeza y Segovia, antes de que su fidelidad al Gobierno constitucional de la República le empujase durante la guerra a Valencia y Barcelona, y por fin a morir a la orilla del mar en el corto exilio de Colliure.
El primer encuentro con el mar lo tuvo cuando aún no había cumplido ocho años, en 1883: la familia se trasladaba a Madrid, y el padre quiso que sus hijos contemplasen el mar antes de emprender el viaje, por entender que desde la capital del reino tardarían probablemente mucho tiempo en acercarse a sus orillas. Estuvieron en Huelva, Palos y Moguer, de manera que además de descubrir el mar conocieron los lugares colombinos, en aquella región que se supone habitaron los tartesios unos trece siglos antes de nuestra era. Demasiada historia para unos niños.
Sin embargo, allí situó años después un importante poema extenso, que contiene la premonición de una escena sucedida en vísperas de su muerte. Es una de las “Parábolas” incorporadas a Campos de Castilla. Es interesante el calificativo de parábolas para este grupo de ocho poemas escritos por una “Cabeza meditadora”. En ellos se plantean cuestiones como la realidad frente al sueño y la creación de Dios por el ser humano, al contrario de lo explicado por las teorías religiosas. La definición de parábola en el Diccionario de la lengua española elaborado por la Academia explica que es un suceso fingido de que se deduce una enseñanza moral. El lector debe estar atento para meditar sobre ella y sacar deducciones.

Dos hombres ante el mar

Las tres primeras parábolas aparecieron en el número XVI de la excelente revista madrileña La Lectura, en agosto de 1916, hace un siglo. Ahora nos interesa leer la segunda, compuesta por veinte versos en los que Machado describe la actitud de dos hombres sentados a la orilla del mar en Huelva, en el mismo lugar en donde él lo había descubierto 33 años antes. Está escrita en serventesios alejandrinos, excepto un heptasílabo, con ocho versos rimados en “ar”, seis de los cuales son verbos, y los otros dos mencionan el mar. Describe una situación premonitoria que acaecería 23 años después:

Sobre la limpia arena, en el tartesio llano
por donde acaba España y sigue el mar,
hay dos hombres que apoyan la cabeza en la mano;
uno duerme, y el otro parece meditar.
El uno, en la mañana de tibia primavera,
junto a la mar tranquila,
ha puesto entre sus ojos y el mar que reverbera,
los párpados, que borran el mar en la pupila.
Y se ha dormido, y sueña con el pastor Proteo,
que sabe los rebaños del marino guardar;
y sueña que le llaman las hijas de Nereo,
y ha oído a los caballos de Poseidón hablar.
El otro mira el agua. Su pensamiento flota;
hijo del mar, navega –o se pone a volar.
Su pensamiento tiene un vuelo de gaviota,
que ha visto un pez de plata en el agua saltar.
Y piensa: “Es esta vida una ilusión marina
de un pescador que un día ya no puede pescar.”
El soñador ha visto que el mar se le ilumina,
y sueña que es la muerte una ilusión del mar.

Es una viñeta descriptiva de dos actitudes, con esas molestas referencias mitológicas que demuestran la cultura clásica del soñador, sin duda un apasionado de Homero, pero al lector le resultan superfluas, y si no la posee él también no las entenderá, e incluso pensará que es una errata el que los caballos de Poseidón hablen. Es de notar que el poeta utiliza el artículo masculino al mencionar el mar, excepto en el sexto verso, en donde cita “la mar tranquila”, como lo permite la ambivalencia del término en castellano, aunque al oído del lector disuenen las alternancias.
Las dos actitudes narradas en los versos pueden darse en una misma persona en dos circunstancias, como lo demuestra el hecho de que los dos personajes se refieran a la fugacidad de la vida. Para el pensador “Es esta vida una ilusión marina”, y para el soñador “es la muerte una ilusión del mar”, de modo que tanto la vida como la muerte son una ilusión. Es inevitable recordar unos muy conocidos versos de Calderón de la Barca, quien dejó aclarado que la vida es “una ilusión, una sombra, una ficción”. Al grupo de escritores llamado del 98, en el que se enmarca a Machado, le entusiasmaba la filosofía de La vida es sueño, aunque Unamuno abominase del verso calderoniano por su pesadez machacona.
A los dos personajes, que muy bien pueden fundirse en la personalidad de Machado, les preocupa el sentido de la vida humana, tendente a la finitud. En su caso es comprensible, porque en 1912 había visto morir a su esposa a los tres años de la boda. Si vida y muerte son ilusorias, todo es irreal para el ser humano. Lo cierto es el mar, imagen del cambio permanente, puesto que sus olas se hallan en constante movimiento para deshacerse y seguir.

A la orilla de otro mar

Lo sorprendente de ese poema publicado en 1916, seguramente escrito por entonces, resulta que anunció una escena verdadera, representada en los últimos días de febrero de 1939. Sucedió a orillas del mar, aunque no era el tartesio, y tampoco “en la mañana tibia de primavera”, sino en una mañana desapacible de finales del invierno. Lo mismo que tantas familias republicanas deseosas de evitar el terror fascista, implantado en las localidades conquistadas, Antonio Machado, su madre y hermanos llegaron el 28 de enero al puerto pesquero de Colliure, a orillas del Mediterráneo, en la comarca francesa del Rosellón, sin apenas equipaje. Se hospedaron en un modesto hotel, convertido desde entonces en un monumento, porque en una de sus habitaciones murió uno de los más grandes poetas del siglo XX.
Muy cerca está Argelès-sur-Mer, en donde la República Francesa instaló un campo de concentración para encerrar a los republicanos españoles fugitivos del terror fascista. Cercado con alambre de espino y custodiado por soldados senegaleses salvajes, allí se mantuvo a cien mil exiliados, que debieron construirse unos barracones para refugiarse del frío. Muchos de ellos murieron a causa del hambre, la disentería o el tifus. Ahora existe una placa colocada en su homenaje, testimonio de cargo contra la República Francesa, que se negó a colaborar con la Española, en lo que constituye una de las páginas más siniestras de la historia de Francia. No la olvidemos.
Por suerte, Antonio Machado no sufrió esa situación inhumana, porque se murió enseguida de llegar a la tierra enemiga francesa. De no haber sido por ese fallecimiento prematuro, es muy probable que el Gobierno de la Republica Francesa hubiera ordenado su internamiento en ese campo.

La escena se realizó

El hermano pintor del poeta, José, que lo retrató e ilustró su último libro, La guerra, impreso en 1937, quiso trazar también un retrato escrito de sus últimos días, en el testimonio que titulóÚltimas soledades del poeta Antonio Machado, impreso por su cuenta en Soria en 1971. Ahí leemos lo que parece una representación de la parábola comentada, al presentar a dos hombres, un poeta y un pintor, sentados en silencio a la orilla del mar:

Ésta fue su primera y última salida. Nos encaminamos a la playa. Allí nos sentamos en una de las barcas que reposaban sobre la arena. […]
Hacía mucho viento, pero él se quitó el sombrero que sujetó con una mano en la rodilla, mientras que la otra mano reposaba, en una actitud suya, sobre la cayada de su bastón. Así permaneció absorto, silencioso, ante el constante ir y venir de las olas que, incansables, se agitaban como bajo una maldición que no las dejara nunca reposar. Al cabo de un largo rato de contemplación me dijo señalando a una de las humildes casitas de los pescadores: “Quién pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación.” Después se levantó con gran esfuerzo y andando trabajosamente sobre la movediza arena, en la que se hundían casi por completo los pies, emprendimos el regreso en el más profundo silencio.

Los dos hombres contemplaron el mar en silencio, seguramente con pensamientos diferentes. El pintor miraría las formas cambiantes de las olas y soñaría con reproducirlas. Colliure ha sido lugar de atracción para los pintores, que se asentaron en el pueblo precisamente por la originalidad de sus paisajes, desde Matisse a Picasso. La verdad es que las postales editadas por la oficina de turismo parecen, mejor que fotografías, reproducciones de pinturas, con un espléndido cielo azul y una amplia gama de colores en las calles. En Francia el paisaje siempre es preferible al paisanaje. Quizá la belleza del lugar impresionara al artista, y le hiciese olvidar por un momento su lamentable situación de exiliado sin recursos en un país enemigo y traidor, y pensara que “Es esta vida una ilusión marina”.
El poeta soñaría tal vez con lo que pudo ser aquella feliz experiencia republicana, que dio la libertad a su patria después de tantos siglos de tiranía, cortada por unos militares patrocinados por los regímenes nazifascistas europeos. Entrevería a las nereidas, y entre ellas especialmente a Galatea, de la que se enamoró Polifemo, pero ella amaba a Acis. Su trágica historia tuvo un excepcional cantor en Góngora, quien describió la transformación de Acis en un río que llega hasta el mar “lamiendo flores y argentando arenas”. El soñador aceptaría la fábula, pensando “que es la muerte una ilusión del mar”. Ya uno de los poetas favoritos de Machado, al que tenía puesto un altar, Jorge Manrique, metaforizó la vida humana en un río que corre hasta anegarse en el mar, “que es el morir”.

La realidad de la muerte

En ese mar latino cumplió su vida Antonio Machado, después de haberlo contemplado en silencio durante “un largo rato”. Y expresó un deseo irrealizable en sus circunstancias: vivir en una de “las humildes casitas de los pescadores”, esos trabajadores que pasan más tiempo en el mar que en la tierra. Así lo tendría a todas horas en su horizonte, dentro o fuera de casa. Ni siquiera manifestaba un sueño, que sería tan irreal como todos los sueños, sino que declaraba un deseo, aunque al saber que era irrealizable se convirtió en un lamento por una imposibilidad de materializarlo.
Pensaría tal vez que su vida hubiera resultado más feliz, de haber sido un humilde pescador anónimo, en vez de un poeta famoso. El pensador del poema se refería también a “un pescador que un día ya no puede pescar”, para significar la fugacidad del vivir humano en espera del destino inexorable. El pescador trabaja en el mar, pero depende de él, no consigue dominarlo nunca por completo. Así transcurre toda su existencia como “una ilusión marina”. El mar es amistoso para contemplarlo, pero terrible como lugar de trabajo. Y cuando el pescador ya no puede realizar su trabajo cotidiano, es señal de muerte, al concluir su “ilusión marina”.
Allí, sentado en la playa, pensaría el poeta que nadie es capaz de elegir su vida. Las secuencias vitales se suceden como las olas en el mar, sin que el protagonista de esa historia tenga dominio sobre ella para cambiarla. La vida de Machado fue triste, dolorosa, pobre. Dedicó buena parte de ella a meditar sobre su fugacidad, y sobre los efectos del paso del tiempo. Aquella mañana, ante el mar interpretado como una imagen de la muerte, sabía que su tiempo estaba consumido. Quizá entonces pensó que había malgastado su vida con tanto soñar. El mar le anunciaba la realidad del fin. La vida puede ser una ilusión, pero la muerte siempre es real.

El lenguaje del vate

El 22 de febrero de 1939 murió Antonio Machado en el hostil exilio francés. Al día siguiente seis milicianos españoles llevaron su féretro, cubierto con la bandera republicana, hasta el cementerio marino de la localidad, en donde continúa esperando la liberación de su patria. No consiguió residir en una de las casitas de pescadores, su deseo era una entelequia.
Lo que nos llama la atención es comprobar que la imagen poetizada en 1916 se cumplió con personas reales, y el poeta como coprotagonista. Los seres humanos llamamos destino a la realización de nuestra existencia, como si dependiera de nosotros ponerlo en ejecución a nuestro gusto. El futuro no es previsible. No es creíble que Machado adivinara que un día iba a sentarse junto con su hermano pintor frente al mar, y que los dos lo contemplarían en silencio. No lo adivinó, pero lo anticipó en su parábola.
En su última edición el Diccionario de la lengua española editado por la Academia, da dos definiciones para la palabra vate: la primera es poeta, con la advertencia de que se trata de un cultismo, y la segunda es adivino. Nadie puede poner en duda que Antonio Machado es uno de los grandes vates de la literatura castellana. Describió lo que veía y lo que sentía, y quizá lo que adivinaba. Como se recomienda a sí mismo uno de sus “Proverbios y cantares” de las Nuevas canciones, el número LXXI:

Da doble luz a tu verso,
para leído de frente
y al sesgo.

¿Qué entendemos al leer al sesgo el poema o parábola sobre los dos hombres sentados frente al mar tartesio? Naturalmente, cada lector opinará a su manera, según su entendimiento de la literatura, que le permitirá verlo a una luz concreta. Es uno de los valores esenciales de la poesía.

 

 

 


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