Wide Sargasso Sea, de Jean Rhys

 

Posibilidades de interpretación de un antiguo mito I. Cambio de voz En el prefacio de la colección de ensayos titulada The Madwoman in the Attic (Gilbert & Gubar, 1984), sus autoras observan una constante en la producción literaria femenina inglesa de los siglos XVIII, XIX y XX: representaciones de encierro, aislamiento y fuga, dobles femeninos presas de locura como réplicas antisociales de caracteres sumisos, o metáforas del malestar físico en exteriores fríos e interiores hostiles, unido muchas veces esto a obsesivas descripciones de enfermedades tales como anorexia, agarofobia o claustrofobia. Ciertamente el título del ensayo remite a uno de esos casos, tal vez el más reconocido de la narrativa romántica inglesa, el personaje al que Charlotte Brontë en Jane Eyre condenó al silencio y oscuridad de la bohardilla de Thornfield Hall, en el que la ha depositado y ocultado su atormentado marido, Edward Rochester. De esa oscuridad y silencio la sacaría casi un siglo después, esta novela de Jean Rhys que la tiene como personaje protagónico. En la obra de Charlotte Brontë, recordamos que quien informa a Jane Eyre y al lector sobre Bertha, la loca del altillo, es únicamente Rochester, obligado por las circunstancias. Un relato que da cuenta de la amarga codicia del padre, quien lo empujó a ese matrimonio de conveniencia, pero también del remordimiento y vergüenza consigo mismo, por haber accedido a esa transacción y haberse dejado seducir por la belleza y la atracción carnal de quien se ha convertido en una especie de monstruo ahora, casi inhumano, (en un momento se referirá a ella con un “it”); un relato de profunda repulsión hacia la extranjera dada a supersticiones, a excesos presuntamente sexuales (no es del todo explícita en esto la confesión) y a un tumultuoso lenguaje obsceno. A él lo avergüenza y atormenta, además, haber conocido ya casado los orígenes malsanos de la mujer, puesto que las palabras sesgadas de Rochester dan a entender que la locura que se apoderó paulatinamente de Bertha, fue debida a los excesos de Cosway, el padre, tratante de esclavos y rico hacendado arruinado de las West Indies, que habría muerto de sífilis; y a una fatal herencia de quiebres mentales por el lado materno. Es decir una situación irreversible, según juzga él, que lo llevó a tomar la decisión de encerrarla, fuera de la vista y conocimiento de la gente. Hasta ahí, y sin intentar desentrañar los alcances psicoanalíticos tan profundos que esta representación entraña, la imagen de la loca en el altillo creada por Charlotte Brontë. Jean Rhys, fascinada durante muchos años por el personaje, va a darle voz a esa mujer en una novela que tiene mucho de tragedia, tanto por el contenido como por la forma. Al hacerlo no solo invierte el orden del discurso, haciéndolo pasar del dominador a la oprimida, sino que también despliega un abanico de cuestiones muy complejas e íntimamente entrelazadas, como es la dominación imperialista y su secuela de abandono, racismo y decadencia en las colonias dispersas, junto con la opresión sexual y económica sobre la mujer y su secuela de alienación de una identidad posible o estable. En declaraciones periodísticas, la autora, refiriéndose a su lectura de este pasaje de Jane Eyre, confesaba: Me pareció que aquella era una pobre fantasma y que me gustaría escribirle una vida. Charlotte Brontë construye un mundo propio, un mundo convincente y eso hace que el personaje de la pobre criolla lunática sea tanto más deficiente. Me escandalizó, me enfureció. Pensé, ese es solo un lado de la historia, el de los ingleses (1). Efectivamente, ella nació en 1894 en Dominica, posesión británica en las Antillas Menores, su padre un médico galés y la madre descendiente de escoceses, una creole nativa de la isla, o, lo que la gente de color llamaba despectivamente, white nigger. La población de Dominica era mayoritariamente de africanos, hijos de los esclavos que habían sido llevados a las islas como mano de obra barata por los colonos europeos. La firma del Acta de Liberación, de 1834, no trajo ni prosperidad para los ex esclavos, ni paz para los antiguos terratenientes. Diez años después de firmada el Acta, levantamientos contra las posesiones de los blancos, terminaron en la quema y ruina de esas propiedades, tal como le sucedió al bisabuelo de Jean Rhys. Aun cuando ésta dejó su lugar natal en la adolescencia para trasladarse a Londres, luego a Paris y otras ciudades europeas, su herencia creole, sus experiencias de infancia y pubertad en ese enclave del Caribe, su conocimiento de las historias del lugar y de las pérdidas familiares, ejercerían posteriormente gran influencia en su obra. Jean Rhys se dio a conocer como tal con la publicación, en París, plena efervescencia de la vanguardia, de una colección de cuentos, The Left Bank and Other Stories,(1927), bajo la protección de Ford Madox Ford. Le siguieron novelas de corte autobiográfico, como Postures, (1928), After Leaving Mr Mackenzie (1931), Voyage in the Dark (1934), y otras, en las que la protagonista femenina es víctima del abandono de los afectos y de la sociedad, situación que la lleva a una progresiva decadencia moral. Después de la novela Good Morning, Midnight,(1939), durante casi 20 años se perdió todo rastro de esta escritora, cuya vida bohemia y desordenada, con crisis de alcoholismo y depresión, hizo que muchos la creyeran muerta. Sus libros no se reimprimieron a pesar de que habían sido bien recibidos por la crítica cuando su publicación. En 1958 la BBC puso al aire, adaptada, su novela Good Morning, Midnight, y esto sirvió para localizarla y descubrir que durante esos años había seguido produciendo cuentos y trabajando en una novela. Después de infinitas correcciones y reelaboraciones, en 1966 dio a conocer Wide Sargasso Sea que le valió la inmediata aceptación de la crítica y varios e importantes premios, como el de la Royal Society of Literature Award y el W.H. Smith Award en 1966. Rhys tenia entonces 76 años. Y en 1978, con la fuerza irracional que toda ironía ostenta, se la nombró Comandante de la Orden del Imperio Británico. Murió al año siguiente, a los 84 años. Lo cierto es que los orígenes caribeños de Jean Rhys fueron ignorados mucho tiempo, casi hasta la aparición de esta novela. En entrevistas y declaraciones, la autora solía ser bastante ambigua en cuanto a una identidad determinada, no reconociéndose ni inglesa, ni francesa, y temiendo ser encasillada en una nacionalidad excluyente. Por otra parte, su vida itinerante en ciudades europeas, en una deriva de horizontes geográficos y afectivos en continuo desplazamiento, algo que se ve reflejado en las heroínas de sus obras, le demostró que el único anclaje seguro era la literatura. II. El ancho mar de la literatura La relectura de una obra que nos sorprende es, muchas veces, una experiencia comparable a la navegación. Ignoro por qué Jean Rhys eligió este título, aunque puedo intuirlo, pero voy a utilizar el nombre de sargazo en provecho propio, como una metáfora de mi asociación de ideas al releerla El sargazo, me informa la enciclopedia, es un tipo de alga que forma grandes conjuntos enmarañados flotantes que se extienden hasta el horizonte. Los navegantes portugueses habrían puesto este nombre al alga y al mar, dado la similitud con un tipo de vid cultivada en Portugal, llamada “salgazo”. El sargazo, que se mantiene a flote gracias a las corrientes lentas que circulan alrededor del mar que los contiene, se reproduce por fragmentación, como algunas enredaderas: cada pequeño filamento que se desprende da lugar a una planta completa. Este mar se extiende en la zona noroccidental del Atlántico, cercado por la corriente del Golfo, al norte, y las del trópico de Cáncer, al sur. Ahora bien, la metáfora del “ancho mar de la literatura” donde flotan, desde tiempos inmemoriales, mitos y leyendas derivando en incesante desplazamiento y reproduciéndose en nuevas incrustaciones (es decir poesías, tragedia, novela) me fue útil para pensar el modo en que, tanto Charlotte Brontë como Jean Rhys, de manera no consciente ni deliberada, y con experiencias sociales e históricas muy disímiles, utilizan fragmentos, desprendimientos de un mito de múltiples e incesantes proyecciones interpretativas, como es el de Medea, apasionadamente enamorada del héroe que llega a su isla, a quien se entregará sin reserva, a fin de hacerlo obtener el vellocino de oro, y será luego traicionada y abandonada por él y convertida en la demoníaca mujer capaz de arrastrar en su venganza a su propia descendencia. La novela de Jean Rhys presenta, además, una estructura afín al género dramático: constituida por tres partes, la voz narrativa en cada una de ellas es siempre la primera persona; monólogos, evocación de diálogos, ecos de conversaciones, sueños, retazos de viejas canciones, cartas; en general es un discurso fragmentario, en el que circulan recurrentemente los motivos del desamor, la inseguridad, el aislamiento afectivo, la desconfianza en lo desconocido, el deslumbramiento ante la belleza del paisaje. Monólogo interior predominante, discurso indirecto otras veces, el tono es intimista, fuertemente ligado a vivencias subjetivas intensas. La primera parte está narrada –monologada- en fin, por Antoinette, nombre real de la mujer de Rochester, quien luego la rebautizará como Bertha. (Este gesto de Rochester –cambiarle el nombre y llamarla por el de la madre loca- tendrá una fuerte carga simbólica negativa en el desequilibrio emocional que generará en su joven esposa). La segunda parte está a cargo de una voz innominada, masculina, que sabemos es la de Rochester, aunque nunca aparecerá mencionado en el texto (los otros personajes, en los diálogos, lo designarán “master” o “sir”). Dentro de este sector aparece intercalada, una breve pero significativa intervención a cargo de la voz de Antoinette, como si el personaje femenino irrumpiera repentinamente en el escenario ante un público presente, con lo que se hace patente el recurso dramático explotado al máximo en la estructura narrativa. Ambas partes transcurren en el Caribe; la primera, infancia y juventud de Antoinette, en Jamaica; la segunda en Dominica, durante la luna de miel de la pareja. La tercera, en el encierro del altillo en Inglaterra, con un monólogo de Antoinette atravesado ya por la locura, donde los lazos lógico-temporales se han roto y la superposición de lo onírico y la oscura realidad se entremezclan hasta provocar la catástrofe final. Otro elemento asociable a la antigua tragedia clásica, es el rol de los sirvientes, que, a semejanza del coro griego, comentan, observan, juzgan y protegen u hostigan con sus actitudes y palabras, a los personajes principales. Solidarios con Antoinette en la segunda parte, censores y críticos de Rochester, suelen oficiar también de informantes. Pero, además, está el rol fundamental de un tercer personaje: el de la nodriza negra Cristophine, una especie de Tiresias de oscuro y ambiguo pasado, con dotes de visionaria y manejo de temidas hechicerías, quien tendrá el don, además, de sacar a luz verdades incómodas, como lo hace en el extenso diálogo con Rochester en que le reprocha la conducta inmoral y cobarde hacia la desvalida Antoinette. Como Tiresias, el personaje aporta su sabiduría, desestabiliza las falsas certezas del poderoso, desoye sus amenazas, y luego, desaparece, se esfuma del universo novelístico. Es después de ese intenso diálogo con Cristophine, en el que ésta le pide sensatamente a Rochester deje al cuidado de ella a Antoinette a fin de salvarla del quebranto mental en que el desamor de él la ha arrojado, cuando Rochester, dominado por el afán posesivo de su esposa, tomará la decisión de abandonar las islas y volverse a Inglaterra, no sin antes escribirle una carta acusatoria al padre y al hermano por haberlo engañado. Porque para Jean Rhys, Rochester también es hondamente trágico, al haber sido objeto de decisiones ajenas en las que ha participado la parte más débil de él. Le escribe al padre: “I know now that you planned this because you wanted to be rid of me. You had no love at all for me. Nor had my brother. Your plan suceeded because I was young, conceited, foolish, trusting. Above all because I was young. You were able to do this to me…”(2) Pero esa carta no es la que envía: no caben las verdades crudas entre padre e hijo inglés, sólo la distante cortesía, y los sobreentendidos y culposas complicidades. Sin embargo, aunque silenciada públicamente, el personaje ha llegado a admitir la verdad ante sí mismo, y dejando de lado todo mecanismo de defensa, en el último monólogo, Rochester, mirando lo que deja atrás en ese lugar paradisíaco antes de zarpar para Inglaterra dirá: And I hated the place, I hated the mountains and the hills, the rivers and the rain.(…).I hated its beauty and its magic and the secret I would never know(…). Above all I hated her. For she belonged to the magic and the loveliness. She had left me thirsty and all my life would be thirst and longing for what I had lost before I found it. (3) Un lenguaje poético rico en imágenes y símbolos, intensamente emocional en todo el transcurso de la obra, capaz de atrapar al lector en una experiencia de `pathos` que muy pocas obras narrativas pueden sostener desde el comienzo al fin. En esto también se condensa su cualidad trágica. Claro que, como en la dramaturgia clásica, el mito ya es conocido y se sabe por anticipado cuál será el irrevocable destino de la protagonista. III. Ecos de un mito clásico Ahora bien, si en Rochester vemos la trasposición de un Jasón moderno, quien con la seguridad y confianza que le da pertenecer a la metrópolis del imperio parte en busca del tesoro, representado aquí en la heredera rica -recordemos que Antoinette ha recibido la fortuna de su padrastro Mason, amigo del padre de Rochester, pero después es repudiada por bárbara, loca o hechicera, como efectivamente ocurre en la novela en la segunda parte-, en Antoinette-Bertha vamos a ver a una Medea con restricciones, ciertamente, con respecto a la tradicional. (Se la suele recordar a ésta especialmente por el atroz infanticidio de sus hijos. Pero los estudiosos afirman que fue Eurípides el que añadió el crimen, que éste no habría existido en las versiones previas del mito)(4) La Medea que me permite reconstruir Jean Rhys está fuertemente ligada a las condiciones históricas y sociales que el personaje de Antoinette-Bertha presenta: en primer lugar pertenece a una comunidad donde su clase y posición social han sido objeto de repudio y agresiones, al punto que la locura de la madre se debió no a enfermedades ni herencias sifilíticas como parece sugerir Charlotte Brontë, sino a la muerte de su niño discapacitado en el incendio provocado en la finca por el ataque de los ex esclavos hacia ellos, considerados white nigger. Así, si bien Antoinette no traiciona a su padre y hermano -como la Medea mítica-, el repudio ajeno ocupa, simbólicamente, ese lugar de desplazamiento de la identidad que la llevará a desear conocer Inglaterra, la tierra de su prometido, donde tal vez encuentre la seguridad que allí, en las islas, siente permanentemente amenazada. Es una ironía trágica que Antoinette le diga a Cristophine: I have been too unhappy, I thought, it cannot last, being so unhappy, it will kill you. I will be a different person when I live in England and different things will happen to me.(5) Pero también la Medea mítica me permite ver la situación femenina dependiente del hombre, impedida de manejar sus propios bienes, que serán, junto con su cuerpo, parte del botín con que se las compra. En la tragedia de Eurípides, Medea, hablándole a las mujeres del coro dice que: de todos los seres que sienten y conocen, nosotras las mujeres somos las más desventuradas, porque necesitamos primero comprar a un esposo a costa de grandes riquezas y darle el señorío de nuestro cuerpo y este mal es más grave que el otro, porque corremos el mayor riesgo, exponiéndonos a que sea bueno o malo (6) Y en Wide Sargasso Sea, cuando Cristophine, la mujer libre que no se ha atado a hombre alguno, le aconseja a la desesperada Antoinette que con el dinero que tiene abandone a Rochester que ya no la ama, ella le contesta que no posee dinero alguno, todo se lo ha dado a él porque ésa es la ley inglesa. Ley que Cristophine desprecia, como todos los mecanismos de codicia y opresión que han desplegado los blancos en las islas. La otra condición de Medea es la venganza por la traición cometida, la furia destructiva y la huida del escenario de sus crueldades. Antoinette- Bertha sabemos no huye, sino que muere arrojándose al vacío tras el incendio que desata en la mansión de Rochester. La novela de Jean Rhys no afirma una voluntad consciente de parte de la protagonista, de provocar el fuego: lo deja en el ambiguo terreno de la confusión sueño-realidad que padece en ese inexplicable encierro. Sin embargo, suenan proféticas las palabras de Antoinette cuando lo acusa a Rochester, tras el brutal desapego de él, de haberle causado el peor de los males: hacerle odiar lo más sagrado para ella, el refugio edénico de la infancia. Refiriéndose al sitio, pronuncia esta dolorosa sentencia: I hate it now like I hate you and before I die I will show you how much I hate you. (7) Más trágica que la feroz Medea, que es consciente de los daños que se propone, mucho más débil en su impotencia y desconocimiento de lo que ha originado esa privación de la libertad y la vida, la loca del altillo sólo atina a un deambular vacilante por los oscuros pasadizos de una mansión en la que le ha sido negada la luz: What am I doing in this place and who am I? , se pregunta en sus vanos intentos de recobrar la memoria de sí. Hay mucho más por destacar de las correspondencias entre estos personajes, imposible de abordar aquí donde planteo sólo las líneas más visibles. Por ejemplo, y en otro orden de análisis, la filiación de Medea, “nieta del Sol”, con la de Antoinette, “portadora del sol”, como es definida en la obra. Por ello las últimas palabras de quien la ha despojado de su nombre e identidad, serán destinadas a negarle para siempre el sol:. Here´s a cloudy day to help you. No brazen sun. No sun … No sun. The weather´s changed. (8) La obra de Jean Rhys ha sido estudiada desde múltiples abordajes teóricos: este trabajo que presento no tiene ni reclama esos alcances, sino que ha intentado más bien participar una intuición lectora de quien se deja mecer por ese ancho mar de ramificaciones incesantes que es la literatura. Notas (1) Rhys, Jean, texto de una entrevista citado en Aponte Alsina, Marta, “Mar de los Sargazos”, Congreso de Escritoras Latinoamericanas, Buenos Aires, 31 de octubre de 2002. (2) Rhys, Jean, (1993), Wide Sargasso Sea, England, Penguin Books, pág.133. (3) Id., pág.141. (4) “Se dice que Eurípides fue el primero en afirmar que los hijos de Medea habían sido muertos por su madre”, en Grimal, Pierre,(1984) Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona, Paidós, pág. 338. Y también: “No todas las Medeas son bárbaras orientales, magas maléficas y madres filicidas: por lo menos, no lo son en las tradiciones míticas arcaicas y preclásicas (o pre-eurípideas), en las que participa de una genealogía divina y celeste, tiene orígenes helénicos y no causa voluntariamente la muerte de sus hijos”, en Biglieri Aníbal (2005), Medea en la literatura española medieval, La Plata, Fundación Decus, pág.44. (5) Rhys, Jean (1993), op. cit. pág. 92. (6) Eurípides (1966), Obras dramáticas, Medea, Buenos Aires, El Ateneo, pag. 81. (7)Rhys, Jean, op.cit.,pág. 121. (8) Id.,pág. 136. Bibliografía Biglieri Aníbal, (2005), Medea en la literatura española medieval, La Plata, Fundación Decus. Brontë Charlotte, (1981), Jane Eyre, USA, Bantam Classic. Campbell, Joseph,(1998), El poder del mito, Buenos Aires, Emecé. Gilbert Sandra M., & Gubar, Susan (1984), A Dialogue of Self and Soul: Jane Eyre, chapter 10, en The Madwoman in the Attic, USA, Yale University Press. Graves, Robert, (2007), Los mitos griegos, Buenos Aires, Ariel. Lewkowicz Sherry, The Experience of Womanhood in Jane Eyre and Wide Sargasso Sea (2004),USA,BrownUniversityPress, en www.postcolonialweb.org/caribbean/dominica/rhys/lewkowicz14 html. Wyndham, Francis (1993), Introduction, en Wide Sargasso Sea, Penguin Book.

María Elena Aramburú

 

 


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