EL ASILO, CONTRA LA FATALIDAD, DE NOTRE DAME

"Tempus edax, homo edacior" ("El tiempo devasta, pero el hombre es el mayor devastador"). Víctor Hugo. Notre-Dame de Paris.

"La inmunidad de los templos no se concede por la ley a los que hacen daño, sino a los oprimidos". Justiniano. -------------------------------------------------------------------------- "-¡ Asilo! -¡Asilo! ¡Asilo!- repitió la muchedumbre y diez mil aplausos hicieron refulgir de alegría y de orgullo el único ojo de Quasimodo. La sacudida hizo volver en sí a la condenada que abrió los ojos y al ver a Quasimodo volvió a cerrarlos súbitamente como asustada de su salvador. Charmolue y los verdugos y toda la escolta se quedaron atónitos. En el recinto de Nuestra Señora, la condenada era, en efecto, inviolable, pues la catedral era un lugar de asilo y toda la justicia humana expiraba en sus umbrales". Este párrafo anterior, mostrado enteramente en cursiva, pertenece a la novela Nuestra Señora de París, la obra literaria más bella de Víctor Hugo. El escritor francés nació en 1802, trece años después de la toma de La Bastilla. De niño presenció la imagen pública en la que se habían convertido las ejecuciones de los condenados a muerte en la Plaza de la Gréve de París, entre los que se contaron varios familiares y amigos. La vivencia tan próxima de la tortura y el suplicio ajenos le llevaron a armarse con argumentos literarios y políticos, convirtiéndose en abanderado firme defensor de la abolición de la pena de muerte (conocido es su alegato contra la pena capital, publicado en 1829: "Último día de un condenado a muerte"). En Notre Dame de Paris vuelve a dejar manifiesto su lamento literario en protesta por una justicia favorecedora sólo de ciertas clases sociales, corrompida, desproporcionada y excesiva. El juego inexplicable de la "fatalidad" (aquellas mayúsculas griegas grabadas a mano que Hugo vio en una pared de la Catedral) lleva a la ejecución en la Plaza de la Gréve a la joven gitana Esmeralda, de la que será salvada por un ser tan defenestrado socialmente como ella, el famoso jorobado Quasimodo, campanero de Notre Dame. Como el escritor francés dice en su novela, "en la Edad Media todas las ciudades y, hasta Luis XII, toda Francia, tenían sus lugares de asilo. Estos lugares de asilo, en medio del diluvio de leyes penales y de jurisdicciones bárbaras que inundaban la ciudad, eran como islas que se elevaban por encima del nivel de la justicia humana. Cualquier criminal que arribara a ellas podía considerarse salvado. En cada arrabal había tantos lugares de asilo como patíbulos. Era como el abuso de la impunidad frente al abuso de los suplicios; dos cosas negativas que intentaban corregirse una con otra. Los palacios del rey, las residencias de los príncipes y principalmente las iglesias disfrutaban del derecho de asilo. A veces se hacía lugar de asilo a toda una ciudad, sobre todo cuando se necesitaba repoblarla. En 1467, Luis XI hizo de París un lugar de asilo. Una vez puesto el pie en el asilo, el criminal era sagrado, pero tenía que guardarse muy mucho de no salir de él, pues dar un paso fuera del santuario suponía caer de nuevo a la corriente. La rueda, el patíbulo, la estrapada, montaban guardia en torno al lugar de refugio y acechaban continuamente a su presa como los tiburones en torno al barco. Se han visto condenados que encanecían así en un claustro, en la escalera de un palacio, en el huerto de una abadía, bajo los porches de una iglesia. Así, pues, el asilo era una forma de prisión como cualquier otra. Ocurría a veces que un decreto solemne del parlamento violaba el asilo y devolvía al condenado a los verdugos; sin embargo, esta circunstancia se presentaba muy raramente. Los parlamentos tenían miedo de los obispos y cuando estos dos estamentos llegaban a enfrentarse, la toga no hacía buen juego con la sotana (...)". La providencia, esa gran hacedora de dramas, hizo que el asilo de Esmeralda durase muy poco. Con frecuencia, son nuestros mejores amigos los que nos hacen caer. Y eso le ocurrió a la joven. Fue sacada del lugar de asilo por un poeta amigo suyo, con la intención de llevarla a lugar seguro. Pero los intrincados y siniestros hilos de la fatalidad hizo que la joven acabase muriendo ahorcada, en la misma plaza de la Gréve. El asilo de las iglesias o asilo eclesiástico, institución bien estudiada por el Derecho Canónico, hunde sus raíces históricas en la hospitalidad y protección que daban los antiguos egipcios y griegos en sus templos a cualquier perseguido por la justicia. Esta costumbre fue adoptada por la Iglesia Cristiana. En España, tuvo vigencia hasta la entrada en vigor de nuestra Constitución de 1978. Fuentes: -HUGO, VÍCTOR: Nuestra Señora de París. Ediciones Cátedra. Letras Universales. Madrid, 2007. noelia rodríguez padilla.

 

 


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