Resultados de un taller de poesía. El poema como una ruptura.

Aquí llamamos poema a lo que se presenta como poema, es decir lo que considera como concreción de la poesía la convención, la institución literaria, los diferentes estratos culturales de una sociedad en sentido vertical (escolaridad, idiomas, nivel laboral profesional, práctica de la escritura, residencia urbana o rural) y en sentido horizontal(los diversos grupos humanos en su distinto habitat, forma social, cultura, adscripción, género y etnia). Huelga enumerar en toda su multiplicidad las características concretas del poema así validadas, así como señalar que en cada caso se le concede valor. Es decir que independientemente de la forma que asuma, siempre se le concederá valor, es decir puede ser bello, veraz, emocionante, estimulante, intrigante, motivante, etc. Ahora respecto a la ruptura. En la medida en que es representación, es decir que al ser captado o percibido su referencia a algo es una característica esencial e infaltable. Lo referido estaba antes y el poema se refiere ahora a eso, lo destaca o lo descubre, o simplemente llama la atención sobre ello. Incluso en el caso de que –teóricamente—apareciera el poema o en él una realidad inédita, al percibirla a través del poema y representada en él, se le otorgaría un carácter preexistente y previo. Pero para eso el poema tiene que auto instaurarse como una ruptura en el flujo de lo existente, como rompiendo la homogeneidad con su singularidad, de modo de atraer la atención y fijarnos en él, es decir en lo que representa. Es así que su máxima presencia se logra cuando se lo percibe como reflejo o representación de la realidad ‘real’ que manifiesta. Su momento de realización máxima es cuando se convierte en reflejo de otra cosa (lo real). Este esquema no se restringe a la percepción o conocimiento del poema o del arte cualquiera forma que adopten, sino de todo lo que se nos enfrenta y que vemos refiriendo a otra cosa que ese objeto. Esto ha sido objeto de mucha elaboración en diversas épocas. Adenda. Así se nos presenta una paradoja. Para notarse, el poema—y la así llamada obra de arte—tiene que ser de alguna manera un poco distorsionado, novedoso, atrayente, raro, etc.. Al notarse se ve instantáneamente como representación. La representación pide fidelidad con lo representado, aunque sea en forma implícita o materia de polémica. Entonces: el poema se nota gracias a su distorsión respecto a los otros objetos representativos de su serie. Pero esta distorsión apela a la fidelidad referencial en el eje de referencia, lo que implica su anulación. Es decir la distorsión aparece en el poema para autoanularse paralela e instantáneamente, en tanto lo no referencial. El segundo movimiento del lector/escucha/espectador es el reconocimiento de los elementos referenciados y de los elementos distorsionados en el poema. La realidad del poema es oximorónica, una pareja de elementos contradictorios. Extrapolación. Entre estas dos instancias, la de la realidad y la distorsión que la posibilita en el poema—y en toda representación por así decir artística—se despliega el abanico de los realismos y los vanguardismos. El desiderátum de todo realismo es la representación fiel que a la postre no se distingue de lo representado y por ende el poema (o la obra artística en general) se anula como espectáculo. En el otro polo es la obra de arte (poema) desligada de la representación y constituida por el elemento de distorsión: la vanguardia absoluta concretizada por un objeto tan anómalo que sería invisible. Como algo distinto. La presencia del elemento de ruptura implica que el poema se presenta como distinto, en términos de diferencia y de distinción. El último término tiene connotaciones del hecho de destacarse, como por ejemplo ‘tiene distinción, es tan distinguido’. Así vuelve a estar presente una jerarquía implícita o explícita: el poema destacado frente a lo borroso y su valor cualitativo. Lo destacado no implica necesariamente lo claro y definido, sino, otra vez, el instaurarse del objeto como destacado frente a un fondo. Pero no hay que negar que la distinción puede acercarse a la claridad en la percepción del objeto artístico—su mostración análoga de objetividades y formas del por así decir ‘mundo externo’ o propiamente ‘real y objetivo’ y ‘mundo interno’, elemento de claridad que de primeras e implícitamente se le exige en la mostración del mundo o la realidad que instaura, y respecto al que juegan otra vez las tendencias de alteración de lo real representado conducentes a experimentalismos y vanguardias que juegan teniendo como telón de fondo el desiderátum de coincidencia o identificación de la representación y lo representado.

Jorge Etcheverry Arcaya

 


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