Rubén Darío, poeta y profeta

Arturo del Villar

PARECE que la poesía de Rubén Darío no agrada a los jóvenes poetas integrantes de las nuevas promociones tanto como nos gustó a sus antecesores, educados en la admiración por Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, que lo reconocieron como su maestro, y en el entusiasmo por el grupo del 27, que dilapidó su influencia muy respetuosamente. Su papel histórico de innovador de la poesía de expresión castellana, primero en Hispanoamérica y enseguida en España, como propagandista del modernismo, lo convierte en un clásico, en el sentido de escritor reconocido como ejemplo. En un Diccionario de autoridades que se elaborase hoy, tendría un puesto principal, pese a la utilización de expresiones gramaticalmente incorrectas, debidas a su deficiente educación escolar, y a su devoción por la literatura francesa.
La conmemoración del centenario de su muerte es un motivo gozoso para volver a su obra, y comprobar que la memoria conserva activos muchos de sus poemas, aprendidos a fuerza de releerlos. Por ejemplo, el dedicado “A Roosevelt”, modelo de poesía líricamente política, incluida en Cantos de vida y esperanza, Los cisnes y otros poemas, libro impreso en Madrid en 1905 en la Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, al cuidado exquisito de Juan Ramón Jiménez.
Al ser uno de los editores de la espléndida revista Helios, Juan Ramón incluyó el poema en el número XI, correspondiente a febrero de 1904, en las páginas 140 y 141, ilustrado en la parte superior de la primera con una viñeta de ahorcados asediados por los buitres. Al final aparece la indicación del lugar y de la fecha en que fue compuesto: “Málaga, 1904.” De acuerdo con la costumbre de la época, todos los versos tienen la primera letra mayúscula.

Bajo el Sol de Málaga

Rubén dejó París por Barcelona en noviembre de 1903, y de allí viajó a Málaga, en donde se instaló inicialmente en el Hotel Alhambra. Su salud estaba quebrantada por los excesos alcohólicos, de los que no consiguió nunca liberarse, porque no quiso hacerlo, y un catarro persistente le animó a buscar el ambiente malagueño para reponerse, como en efecto sucedió. Los médicos le advirtieron sobre la posibilidad de que el catarro derivase a una dolencia más grave, y el poeta esta vez siguió sus recomendaciones. Durante la primera mitad del siglo XX, la mortal y contagiosa enfermedad de la tuberculosis se trataba con baños de Sol, por carecer de otra terapia más idónea.
Desde su nuevo domicilio en el número 9 de la calle de Fernando Camino escribió el 17 de enero de 1904 a Juan Ramón, enviándole “un espléndido manuscrito en gran papel marquilla, cuatro pájinas, con esa letra rítmica que Rubén Darío escribía en sus momentos más serenos. Era la magnífica ‘Oda a Teodoro Roosevelt’, y venía dedicada al Rey Alfonso XIII. Al día siguiente recibí un telegrama de Rubén Darío pidiéndome que suprimiera la dedicatoria”, según relató el amigo de Platero en su artículo “Otro lado de Rubén Darío”, reproducido con su ortografía peculiar en el número 279 de la revista madrileña Mundo Hispánico, correspondiente a junio de 1971, página 63. Pero equivocó el título de la composición, porque es simplemente “A Roosevelt”.
Lo mismo le había contado a su secretario oficioso Juan Guerrero Ruiz, quien lo consignó en su diario el 30 de agosto de 1931, según puede verse en su libro póstumo Juan Ramón de viva voz, editado en Valencia por Pre—Textos en 1998, volumen I, página 337. También existe un error en esa mención, ya que según el diarista el poeta le comentó que Rubén “más tarde me puso un telegrama diciéndome que la suprimiera [la dedicatoria], como así lo hice al editarle Cantos de vida y esperanza”, pero en la revista Helios carece de la dedicatoria, de modo que debe de ser más exacto el envío del telegrama “al día siguiente” o poco después de remitirle el manuscrito, y no “más tarde”, al llevar el libro a la imprenta.

El rechazo al rey

Podemos preguntarnos por el motivo de ese arrepentimiento. Era muy pronto para juzgar el reinado de Alfonso XIII, puesto que se acababa de iniciar entonces, exactamente el 17 de mayo de 1902, el día en que cumplió los 16 años de su edad. Como hijo póstumo de Alfonso XII, se le declaró rey al nacer, y se encargó la regencia a su madre, María Cristina de Habsburgo, durante su minoría de edad. Por lo tanto parece prematuro juzgar su actuación, por menos de dos años en el trono. Es posible que al diplomático Rubén Darío le resultara simpático el joven rey, y por eso le dedicó uno de sus más inspirados poemas, en un impulso inicial no meditado.
Sin embargo, España era entonces un país en ruinas. El imposible enfrentamiento a los Estados Unidos de América, a causa del dominio colonial sobre la isla de Cuba, causó el destrozo total de la Armada, la muerte de muchos jóvenes enrolados a la fuerza, las mutilaciones y heridas de muchos más, que se arrastraban pidiendo limosna por las calles ante la falta de ayuda por parte de las instituciones monárquicas, y la ruina de la ya muy maltrecha economía, por el descalabro de la agricultura y en consecuencia del comercio. Los historiadores impusieron el calificativo de desastre para calificar lo sucedido aquel fatídico 1898, e incluso se aceptó nombrar como “generación del 98” a los escritores que se daban a conocer por entonces: su característica común es el pesimismo. Por supuesto, Rubén siguió muy preocupado los acontecimientos de Cuba. Por algo había sido amigo del mártir José Martí, poeta además de político, muerto en combate por la libertad de su patria colonizada por los españoles.
No era Alfonso XIII el causante del llamado desastre del 98, sino la caterva de políticos ineptos y presuntuosos en los que se apoyaba la reina regente, incapaz de tomar decisiones coherentes de gobierno. El nuevo monarca encarnaba para el pueblo español todos los vicios de una monarquía borbónica, a la que se había expulsado de España el 18 de setiembre de 1868, con la Gloriosa Revolución. Un general traidor permitió su restauración a finales de 1874, sin contar para nada con la voluntad del pueblo.

El rey impopular

La reina regente, educada con un rigor austriaco, no intentó nunca hacerse querer de sus vasallos. Se la respetaba, porque después de los escándalos sexuales y económicos de su suegra Isabel II, su comportamiento de casada y viuda era tan correcto que mereció el apodo popular de Doña Virtudes. Ella permanecía en palacio con su familia y servidores, dejando el gobierno de la nación a los políticos que se turnaban amablemente en su desempeño, mientras el pueblo sufría las calamidades públicas de su reinado.
Alfonso de Borbón vivió en palacio rodeado por las mujeres de su familia, bajo la tutela efectiva de su madre. Se le procuró una severa educación religiosa, que no pudo hacer de él un buen estadista, y ni siquiera un buen cristiano. En cambio, el saberse rey desde su infancia, adulado por todos los servilones de la Corte, le convirtió en un autócrata chulesco que no toleraba ninguna disconformidad con sus deseos.
Debido a todo ello no podía ser aceptado por las clases sociales sufridoras del desastre y sus consecuencias, y tuvo que promover un regio golpe de Estado militar en 1923, que se volvería contra él. Terminó su reinado huyendo a Francia por mar desde Cartagena el 14 de abril de 1931, mientras se proclamaba la II República Española, entre el gozo del pueblo manifestado espontáneamente en las calles de toda la nación,
Dedicar un poema a ese personaje distanciado del pueblo desde el comienzo de su reinado, cuando todavía no era despreciado y caricaturizado como lo fue después, apodado burlonamente Gutiérrez, equivalía a enemistarse con la gran mayoría de los lectores españoles, enemigos de la dinastía borbónica. Así lo entendió Rubén, y por eso se arrepintió de la dedicatoria colocada sin haber meditado en sus consecuencias; debido a ello ordenó retirarla. Los acontecimientos posteriores le demostraron su acierto, porque la desconexión entre el monarca y sus vasallos no hizo más crecer. El día de su boda en 1906 le enviaron una bomba envuelta en un ramo de flores.

Estructura del poema

Con los años, la experiencia diplomática y la observación de los sucesos protagonizados por los Estados Unidos, Rubén ajustó su pensamiento a la realidad histórica del continente americano, y así pudo escribir la tremenda denuncia expuesta en la oda “A Roosevelt”. Es discutible el calificativo de oda para este poema, porque según el Diccionario de la lengua española elaborado por la Real Academia Española, esa palabra se aplica a una “Composición poética lírica de tono elevado, que generalmente ensalza algo o a alguien”. No resulta muy adecuado mencionar a la Academia Española cuando se trata de Rubén, teniendo en cuenta que en las “Letanías de Nuestro Señor Don Quijote”, incluidas en la misma edición que la oda, le rogaba que “De las epidemias, de horribles blasfemias / De las Academias, / ¡Líbranos, señor!”, pero es preciso utilizar alguna referencia.
Lo indudable es que en esos versos no se ensalza al presidente de los Estados Unidos ni a su política imperialista. Por el contrario, contienen una admonición sobre lo que podría ocurrir en el continente sin tardar mucho, a causa del afán colonialista gringo. Pero se los conoce como oda, y no es cosa de cambiar ahora la denominación. Ya se comentó que Juan Ramón los tituló así al citarlos, con evidente error, empujado por la costumbre.
“A Roosevelt” consta de 50 versos de medida irregular, uno de ellos partido en dos para resaltar la fuerza de una negativa, un “No” que al aparecer aislado en una línea refuerza la oposición del poeta a la política estadounidense marcada por el presidente agresivo. Se mantiene la rima asonantada en “o” de los versos pares, como en los romances. Alguna vez se le deslizó una consonancia en los versos impares, “grandes” y “Andes”, rechazada en las preceptivas por inoportuna.

Roosevelt el imperialista

Conforme con el título, semeja un diálogo con Roosevelt, al que dirige el poeta sus versos como si supusiera que iba a leerlos. Sin embargo, después de ese rotundo “No” siguen tres versos en los que se abandona el tono de diálogo coloquial por el colectivo de la tercera persona plural, “Los Estados Unidos son potentes y grandes. / Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor”, en los que se distancia a la nación de su presidente. Y cuando está terminando el poema deja otra vez el diálogo personal con Roosevelt para dirigirse a los “Hombres de ojos sajones y alma bárbara”, a los que aconseja: “Tened cuidado. Vive la América Española!”, dispuesta a liberarse del colonialismo gringo. Era pronto para comprobarlo, de modo que el poeta actuó como un profeta visionario, deseoso de advertir al presidente de los poderosos Estados Unidos sobre la conveniencia de modificar su política exterior cuando aún estaba a tiempo.
Comienza con una construcción galicista, nada sorprendente en Rubén, que vivió en París y admiraba a los simbolistas franceses, en especial a Verlaine. En el primer verso menciona a Walt Whitman, el gran cantor de la democracia y del amor entre los camaradas, situado en las antípodas ideológicas de Roosevelt. Con esta referencia advierte sobre sus simpatías por los gringos de bien, deseosos de vivir en paz, y que si participan en una guerra lo hacen como enfermeros para ayudar a los heridos de cualquier bando: así lo hizo el autor de Leaves of Grass durante la terrible contienda que enfrentó en dos ejércitos enemigos a los llamados Estados Unidos de América. Amalgama temas de la Grecia clásica, tan recurrente en sus versos, con otros indigenistas de América, a los que estaba unido por sus antepasados. Hace una profecía al comienzo, que se ha cumplido reiterada y sanguinariamente a lo largo del siglo XX, iniciada en el XIX y continuada en el XXI, aunque parece disminuida en los últimos años:

Eres los Estados Unidos,
Eres el futuro invasor
De la América ingenua que tiene sangre indígena,
Que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.

No quedaba muy alejado el cumplimiento de la predicción, ni era necesario disponer de una bola de cristal para contemplar ese futuro seguro. Identificó a los Estados Unidos con su presidente, porque él es quien tiene la potestad de dar las órdenes para declarar las guerras e invadir países.

La guerra de Cuba

El destinatario de la oda era un personaje impopular en todos los países de habla castellana, con especial resentimiento en España, al considerarle causante de la guerra en Cuba. Como secretario de la Armada gringa en 1897, Teodoro Roosevelt organizó una campaña en favor de la independencia de Cuba, a la que deseaba librar del colonialismo español para someterla al de su país. Le ayudó en la propaganda independentista William Randolph Hearst, creador de la opinión pública gringa desde los medios de comunicación controlados por él, a quien tampoco importaba nada la suerte de los cubanos, sino propulsar el imperialismo estadounidense, cuando ya hacía tiempo que se había puesto el Sol en el Imperio español de Carlos I.
La disculpa política para declarar la guerra a España fue el hundimiento del acorazado Maine. Fondeó en la bahía de La Habana sin haber avisado a las autoridades, con el pretexto de defender a los ciudadanos estadounidenses de posibles daños, ante los combates librados por el Ejército español contra los independentistas cubanos. El 15 de febrero de 1898 estalló, provocando su hundimiento y la muerte de 256 tripulantes.
Convencido de que el fin justifica los medios, a Roosevelt no le importó la muerte de sus compatriotas, con tal de tener una disculpa para acusar a España de haber hundido el buque mediante una mina. Está demostrado que la explosión se produjo desde el interior del navío, y que ni los cubanos ni los españoles tuvieron ninguna intervención en el hecho. Los periódicos de Hearst reclamaron la guerra contra España, y la opinión pública apoyó la incitación bélica entusiasmada, confirmando así que los ciudadanos estadounidenses, en su mayor parte constituyen, una sociedad agresiva y prepotente, dispuesta a perpetrar genocidios en otros países, como ya lo habían hecho en el suyo con los indígenas.
Intervino en el conflicto el mismo Roosevelt, al frente de un regimiento de caballería denominado Rouge Riders, los Duros Jinetes, un nombre merecido. La diferencia entre el armamento gringo y el español era tan considerable que la guerra solamente duró cinco meses: terminó el 16 de julio con la rendición de Santiago de Cuba. El 25 los estadounidenses comenzaron la invasión de Puerto Rico, sin necesidad de buscar un pretexto. Por el tratado de París, firmado el 10 de diciembre, el reino de España reconocía la independencia de Cuba, y cedía a los Estados Unidos el dominio sobre Puerto Rico y las islas Filipinas y Guam.

Cambio de colonizadores en Cuba

No existió tal independencia: Cuba siguió siendo de facto una colonia, dependiente de nuevos colonizadores, sustitutos de los españoles, y mucho más dominantes. La primera Constitución de Cuba, aprobada el 12 de junio de 1901, aceptó la llamada enmienda Platt, que autorizaba la intervención de los Estados Unidos en la isla cuando así lo aconsejaran sus intereses, y la posesión de un territorio en el que establecer una base militar. Con esta facultad, en diciembre de 1903 los soldados gringos ocuparon Guantánamo, que todavía hoy sigue siendo considerado propiedad de los Estados Unidos, pese a los esfuerzos de la Revolución Cubana por liberar ese trozo de su tierra, en donde se ha instalado un campo de concentración para supuestos terroristas, en donde se conculcan todos los derechos humanos.
A Roosevelt le salió muy bien políticamente la jugada, aunque hubiera costado muchas vidas de españoles, de cubanos y de estadounidenses. Por eso Rubén lo definió diciendo que “Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza”, una raza estadounidense especial, nacida para matar, como se presentan sus marines. Y es cierto que lo hacen con buena puntería. También se dedican a robar y violar, y a torturar a los prisioneros, según hemos visto gracias a los actuales medios de comunicación, desconocidos en vida de Rubén. Encontró el modelo para el presidente gringo en dos imperialistas de la antigüedad, invasores de tierras y avasalladores de sus habitantes, cuando estableció una equivalencia muy distanciada históricamente, pero con iguales pretensiones: “Eres un Alejandro—Nabucodonosor” esto es, un déspota conquistador despiadado.
En realidad en Roosevelt quedan personificados todos los presidentes de Estados Unidos, que un mal día acordaron salir del hemisferio y guerrear en el Oriente, porque su industria armamentística necesita lugares en los que desparramar sus bombas. Unos lugares en los que no se habla español, sino otros idiomas muy distintos, y en los que casi nadie reza a Jesucristo. El afán imperialista se extiende por todo el mundo, en especial por los países con ricas materias primas, como Vietnam, Irak, Afganistán, y otros igualmente lejanos. Algunos soldados mueren en combate, y sus cadáveres son devueltos a la patria en ataúdes cubiertos con la bandera de barras y estrellas. Muy patriótico espectáculo, que conmueve a los fabricantes de armamento hasta el punto de incitarles a incrementar la producción.

La teoría del Big Stick

La ideología política de Roosevelt quedó expuesta en 1902, cuando ya era presidente de los Estados Unidos de América, al defender la doctrina del Big Stick, el Gran Garrote, en la relación con otros países. La aplicó de inmediato en Haití, y al año siguiente alentó a los panameños a romper la unidad con Colombia, en la que convivían hasta entonces. Los Estados Unidos reconocieron inmediatamente a la nueva República de Panamá, y aprovecharon para firmar un tratado con ella, que les permitía el control de la zona del canal a perpetuidad, una nueva forma de colonialismo.
Convencido de la superioridad de su país sobre los restantes, en el discurso sobre el estado de la Unión pronunciado el 6 de diciembre de 1904, declaró que los Estados Unidos intervendrían en cualquier parte del mundo, cuando estuviera en juego algún asunto de su interés. No es posible describir mejor el imperialismo, del que ese país sigue siendo su máximo ejecutor. La patria de Rubén Darío, Nicaragua, ha sido víctima frecuente de esa política, sufriendo invasiones de los soldados gringos para imponer la voluntad del Imperio. Denunció su agresividad en un verso definitorio: “Si clamáis, se oye como el rugir del león.”
Es fácil comprender que el poema dedicado por Rubén a este siniestro personaje, enemigo de España y de Hispanoamérica, tenía que contener una advertencia sobre sus actividades colonialistas. A él le atraía el liberalismo en política, incluyendo todas sus derivaciones. Ya en su adolescencia había compuesto poemas revolucionarios y ateos, reclamando las libertades individuales y nacionales. Por ejemplo, en el poema “Al Ateneo de León en el día de su inauguración”, el León de Nicaragua, naturalmente, escrito a sus 14 años, hizo un canto a la diosa Libertad “que arrulló a Bolívar”, y reclamó la de Alsacia, Lorena, Polonia y Cuba, anunciando “Que habrá de llegar un día / En que caerán sus señores”. A los 16 años compuso un poema “Al libertador Bolívar”, y a los 18 un “Himno de guerra” incitando a la rebelión, en el que reclamaba “¡Guerra a muerte al tirano invasor!”, por no citar más ejemplos de su ideología juvenil para evitar repeticiones. Los jesuitas y el papa merecieron también sus versos acusadores, para exigir la prohibición de las falaces ideas catolicorromanas en el mundo.

El grito de la América hispánica

Admitía Rubén la supremacía del poder gringo, porque era comprobable diariamente, en sus ciudades deshumanizadas y en sus actividades exteriores: “Los Estados Unidos son potentes y grandes”, escribió, sin detenerse a explicar el origen de esa grandeza, y el exterminio genocida de las razas autóctonas precolombinas, aniquiladas sistemáticamente para apoderarse de las tierras en las nacieron sus ancestros antes de la llegada de Colón y sus conquistadores. A esa potencia indiscutible le oponía el valor indigenista de las razas al Sur del río Grande, como se le denomina en los Estados Unidos, o río Bravo, según es conocido en México. Era “la América nuestra”, la indígena, “La América del grande Moctezuma, del Inca, / La América fragante de Cristóbal Colón”, en la que confiaba, porque pertenecía a ella por sus creencias.
Adivinó el poeta un enfrentamiento entre las concepciones de vida dominantes en el Norte y las costumbres del Sur. Es lógico, porque sucede siempre entre los ricos y los pobres, tanto si son personas como si son naciones. El rico se comporta como un opresor, ya que desea continuar incrementando sus riquezas a costa del trabajo del pobre. Por su parte, el pobre puede optar entre dos actuaciones: aceptar sumisamente su condición de proletario carente de derechos, o bien agruparse con otros para organizar una revolución, con la que nada va a perder, puesto que nada posee una famélica legión, en tanto es posible que consiga la victoria y se altere completamente el panorama social.
Rubén no incitó a sus lectores a tomar partido por una de las dos posibilidades. Se limitó a señalarlas. Sabía que el gran vecino del Norte consideraba a todos los países situados al Sur una zona natural de influencia, que debía controlar. Así lo está haciendo la todopoderosa Central Intelligency Agency (CIA) desde su creación en 1947, unas veces pagando revoluciones para colocar a sus hombres de confianza en el poder, y otras enviando descaradamente a sus marines para asegurarse el dominio de un territorio.
La patria de Rubén sufrió una dictadura genocida de la familia Somoza, gracias al sostén oficial de los Estados Unidos. Algunos historiadores atribuyen a otro presidente Roosevelt, de nombre Franklin Delano, una frase lapidaria para definir esa política, pero en realidad la pronunció su secretario de Estado, Corder Hull: “Puede que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, de modo que debía ser apoyado. En Hull encontraron un gran colaborador todos los dictadores hispanoamericanos; en 1945 se le concedió el premio Nobel de la Paz. Tuvo que producirse una revolución popular para que Nicaragua alcanzase la libertad, aunque no consiguió librarse de todos los hijos de puta lacayos del imperialismo gringo.

Las revoluciones populares

Rubén adivinó la rebeldía de los países hispanoamericanos, deseosos de terminar con el colonialismo. Se lo advirtió a Roosevelt, y en él a todos los presidentes que iban a sucederle: “Tened cuidado. Vive la América Española! / Hay mil cachorros sueltos del León Español.” Aunque el león perdió sus garras y sus colmillos en 1898 ante el imperialismo gringo, sus cachorros mantenían el ansia de libertad, como lo han demostrado al ejecutar a sus dictadores mediante atentados. En cambio, los españoles toleramos que el nuestro gobernara durante 36 años, sin contar los tres de la guerra organizada por él y otros militares fascistas, hasta que se murió de viejo entre el dolor manifestado públicamente por buena parte del pueblo, para eterna vergüenza nuestra. Por no citar más que un ejemplo, Anastasio Somoza fue muerto en atentado a manos del poeta Rigoberto López, que bien merece el título de libertador de Nicaragua, tal como pronosticó su hijo más ilustre, Rubén Darío. Se lo anunció a Roosevelt al finalizar la oda, en el único verso que menciona su apellido, aparte el título:

Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo,
El Riflero terrible y el fuerte Cazador,
Para poder tenernos en vuestras férreas garras.

La historia confirma que durante muchos años han mantenido entre sus garras a Hispanoamérica, con sus hijos de puta que les sirvieron muy bien. Por no dejar el ejemplo de Somoza para no salir de Nicaragua, permitió la radicación en el país de numerosas empresas internacionales gringas, que dominaron totalmente su economía, de lo que se benefició el dictador con las comisiones cobradas por dar su autorización. Cuando el pueblo irritado se enfrentó a la doble tiranía del dictador y sus patrocinadores, fue masacrado con las armas vendidas por los fabricantes gringos.
Hasta que llegó el momento de las rebeliones populares, las originadas verdaderamente por el pueblo, no las organizadas por la CIA en defensa de los privilegios colonialistas. La profecía de Rubén se cumplió exactamente, y ahora los países hispanoamericanos se atreven a denunciar las agresiones imperialistas de los bárbaros del Norte. Otra cosa es que sean escuchados en foros internacionales dominados por los Estados Unidos. Por lo tanto, podemos considerar a Rubén un poeta profeta, que alzó su voz en verso contra el imperialismo gringo. Estamos en deuda con él, y la ocasión de celebrar el centenario de su muerte es oportuna para reconocerlo.

 


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