Goran Petrovic: Bajo el techo que se desmorona

Ed Sexto Piso, Madrid, 2014               

Considero que es una suerte el poder dar cuenta aquí, ahora, de una nueva obra de este escritor serbio, discreto en el vivir y poseedor de uno de los discursos literarios más interesantes de nuestros días.     Cabría recordar solamente el título ‘La mano de la buen afortuna’, publicado también en esta editorial, para hacernos cargo de cómo es posible unir sueño y realidad, inteligencia e imaginación y urdir con ello uno de los discursos narrativos más originales de las letras actuales.    Este autor tiene sentido del humor, esgrime como pocos una rica sabiduría en cuanto a hacer uso de los recursos literarios (estilo, ritmo, dominio del adjetivo, sugerencia evocadora…) y, por fortuna, se trata todavía de un autor relativamente joven (1961) del cual se puede esperar nuevos frutos esperanzadores.               “Era terrible la manera en que Lazar Lj. Momirovac observaba a la gente, como si les leyera el pensamiento, como si pudiera prever quién era capaz de cada crimen. Decía que toda persona, desde su nacimiento hasta su muerte, estaba en libertad condicional” Cuando alude a la parte de sombra, de intriga, recuerda las magníficas construcciones de ese otro gran escritor, acaso su maestro, que fue Milorad Pavic.               El texto que nos ocupa utiliza el recurso del discurso fragmentario que, al modo de las teselas de un mosaico, obtiene al fin una figura maravillosa, irónica, sociológica y didáctica de los comportamientos humanos que sirve muy bien como clave y reflejo del variado interior de cada individuo, a sabiendas del desorden emocional existente en estos tiempos confusos y prosaicos.                 Él lo expresó de una manera sencilla y clara cuando quiso justificar su alusión a los temas que ocupan y definen al que ha de ser siempre el protagonista principal: el hombre ‘junto a mí’: “es muy difícil ser original a principios del siglo XXI, porque los grandes temas, el amor, el odio, la traición, ya han sido trabajados desde la antigüedad. Ahora sólo nos queda trabajarlos de forma más moderna o, para expresarme con el lenguaje de la química: un escritor contemporáneo sólo hace un nuevo compuesto con esos elementos”       La lectura, que se realiza con placer y permite descansos reflexivos, es, al fin, como navegar por un río donde, al fin, se llega al mar satisfecho de lo aprendido y con una sonrisa cómplice. Un lujo en tiempos de tribulación, también literaria.

 

Ricardo Martinez


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