Las drogas y la literatura

Como ya se narraba en El Mundo de Sofía (J Gaarder), el hombre adquiere su madurez cuando pierde la capacidad de sorprenderse. Algo que ocurre inevitablemente, más tarde o más temprano, a medida que se acomoda en el sofá de la realidad y es sometido a una avalancha de información destructiva e incontrolable que relega la imaginación a sus años vírgenes. De modo que, conscientes de la paradoja existente entre los términos creatividad y experiencia, el artista busca alternativas que le permitan huir del mundanal ruido –aunque no al estilo de Fray Luis de León– a pesar del paso del tiempo, y el único modo que encuentra de esquivar el conocimiento que se le transmite por tierra, mar y aire de manera continuada desde que abre los ojos tras el sueño no es otro que aniquilar la percepción tortuosa que absorben sus sentidos y forzarlos a una nueva perspectiva a cualquier precio, incluso por encima de sí mismo. Esa es la explicación a que la química juegue un papel fundamental en la cultura internacional y, sin la cual, muchos de los más valorados no habrían alcanzado sus méritos. La mayor parte de nosotros tarareamos Lucy in the Sky of Dimonds (The Beatles) sin censurar su apología al L.S.D. Comparándolo con el dopaje y considerando la dificultad que entraña generar una idea genuina, aquí podríamos entrar en otro debate: ¿no es mejor creador aquel que lo hace por sus propios medios? La revista LIFE ha publicado un listado de autores que reconocen (e incluso se enorgullecen) su adicción al alcohol, psicotrópicos y estupefacientes bajo lemas como “confieso que he bebido” –tan distante de las memorias de Pablo Neruda–. Autores de incluidos en los listados de “los más vendidos”, escritores que rellenan primeras páginas en los libros de texto, premios Nobel de literatura. Obras maestras como Ulises, de James Joyce, El viejo y el mar, de Hemingway, Un mundo feliz, de Huxley, El Sueño eterno, de Chandler o Lolita, de Nabokov. Autores con los que hemos pasado horas como Carver, Allan Poe o Bukowski. Cuentos con los que nos hemos acostado, como Mujercitas o Los Tres mosqueteros. Desde mi punto de vista, no podemos permitirnos el lujo de censurar la perfección provocada con imperfección, de privar a los estudiantes de los versos de Lope o Quevedo. Literatura y droga. Tan cerca y tan lejos.

Jimena Tierra

 


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