¡Que viene Amazon!

Nacho Carretero / Jot Down

Día 12/2013

Fue en abril de 1994 —el día en concreto ni siquiera él lo recuerda—, cuando Jeffrey Bezos dejó su trabajo, metió sus cosas en una furgoneta y, junto con su mujer, se trasladó a Seattle. Tenía treinta y un años. En la ciudad de Nirvana, donde nunca sale el sol y la gente —dicen— se suicida más de lo habitual, comenzó a dar forma en el garaje de su casa a una idea que llevaba meses removiendo. Nada esencialmente complicado: quería vender libros a través de internet. Tras un año de trabajo invitó a sus amigos a la inauguración de su primera pequeña empresa, a la que decidió llamar Amazon, por si acaso los buscadores de internet seguían creciendo y mantenían sus criterios de orden alfabético. Para sorpresa de la concurrencia el asunto funcionó y, en treinta días, Amazon ya estaba vendiendo libros en los cincuenta estados de Estados Unidos. El crecimiento fue exponencial y el éxito, bestial: solo cuatro años más tarde, la creación del garaje de Jeff se convirtió en el líder global en comercio electrónico y en una de las mayores quinientas empresas de Estados Unidos. Hoy, se plantea repartir todo tipo de productos a domicilio con drones. De un garaje a la cima del mundo. Estas cosas pasan.

Es más fácil ser inteligente que amable. Con lo primero se nace, es un don. Lo segundo se elige. Y no es sencillo, porque es fácil creer que con lo primero basta. (Jeff Bezos, 2001).

Quitémosle romanticismo (que no mérito): Jeff Bezos arrancó su mastodóntica idea en un garaje, sí, pero no era un universitario de peinado inadaptado que comenzó a conectar cables y terminó presidiendo una compañía informática. Bezos tenía más o menos claro lo que quería y, sobre todo, tenía dinero para ponerlo en marcha.

Cuando Jeffrey Preston Jorgensen nació en Albuquerque (Nuevo México) el 12 de enero de 1964, su madre Jacklyn Gise tenía diecisiete años. Se encontró sola a los pocos meses, después de que Ted Jorgensen, el padre biológico, los abandonara. Apenas nada se sabe de este señor, cuyo rol fue adoptado por Miguel Bezos, un ingeniero cubano de la Exxon con quien Jacklyn y el pequeño Jeff —que adquirió su apellido— se instalaron en Houston. De aquella época, la madre del dueño de Amazon recuerda que, en lugar de un cuarto de juguetes, Jeff tenía una sala llena de aparatos electrónicos y mecanos donde mataba las tardes. La adolescencia la pasó en Miami, a donde se trasladó la familia. Fue allí cuando la inteligencia de Jeffrey comenzó a emitir avisos. En secundaria, con apenas trece años, montó su propio negocio, el Dream Institute, un campamento de verano educacional para chavales de su edad. Era, por supuesto y además, brillante en el colegio.

De Miami a Nueva Jersey: Jeff decidió estudiar Ingeniería Eléctrica e Informática en Princeton. Adivinen: se graduó con todos los honores posibles. Nada más poner un pie en el mundo laboral lo fichó Fitel, una empresa de Wall Street. La mente brillante de Bezos propulsaba su carrera. De Fitel a Bankers Trust y finalmente a DE Shaw, todas empresas del downtown financiero de Nueva York, de esas que permiten a un joven tener un apartamento de lujo en el Village en el que apenas puede estar, ya que vive en la oficina. En DE Shaw conoció a su mujer, Mackenzie y también llegó a vicepresidente, el más joven de la historia de la firma, por cierto. Era 1994. Jeff tenía treinta años y estaba cerca de la cumbre. De lo que se supone que es la cumbre. Fue en ese momento cuando decidió frenar, volver al suelo y construir su propia montaña.

Jeff había comprobado unos meses atrás que una cosa que se llamaba internet estaba creciendo al 2000% cada año. Se sintió atraído por semejante escenario, claro. Dicen que no le dio demasiadas vueltas: habló con su compañía, con su mujer y les pidió los ahorros de toda la vida a sus padres: trescientos mil dólares. Tenía una idea.

Mackenzie y él empaquetaron sus cosas y se trasladaron a Seattle. En el garaje de su nueva casa instalaron tres servidores para desarrollar lo que Jeff tenía en mente: un catálogo de libros on line en el que estuvieran reunidos todos los títulos de las distintas editoriales. O al menos el mayor número posible de ellos. La idea inicial era que el cliente pudiese buscar el título que deseaba y pedirlo directamente a través de internet. Decidió llamar a su recién creada empresa cadabra.com y contrató a seis empleados para darle forma. El 16 de julio de 1995 invitó a unos trescientos amigos a la inauguración. Entonces cadabra.com disponía de doscientos mil títulos. Antes de que el éxito se desparramara, Jeff remató a gol: cambió el nombre de la empresa y le puso Amazon. Algunos dicen que por el río Amazonas, otros simplemente creen que fue una estrategia, ya que los motores de búsqueda de la red usaban en aquellos tiempos criterios alfabéticos.

Sin promoción en prensa, durante su primer mes de vida Amazon vendió libros en todos los estados de Estados Unidos y en cuarenta y cinco países. En el segundo mes Jeff y sus chicos vendían por valor de veinte mil dólares a la semana y al cerrar el año la empresa de aquel garaje facturó medio millón de dólares, casi el doble de los ahorros que sus padres, con fe ciega, le habían prestado un año atrás.

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