Feria de Guadalajara, cruce de caminos de la nueva literatura hispanohablante

Winston Manrique Sabogal / El País

Día 05/12/2013

En su día libre, Elena Poniatowska se fue a trabajar a sus 81 años. Bajó deprisa las largas escaleras del hotel (“Adiós, doña Elenita”), cruzó la avenida (“Es un orgullo para nosotros”), entró en la Feria (“La quiero mucho”), subió las escaleras eléctricas (un hombre mayor que bajaba al lado le lanzó un beso con la mano),  atravesó unos 50 metros de expositores (“Una foto, por favor”, “¡Que Dios la guarde así de bien muchos años!”), subió las escaleras sin reducir el paso (“Mírala, es ella: ¡La amamos Elenita!”), entró en el Salón Juan José Arreola sin haber dejado de sonreír un minuto a toda esa gente que la saludaba a su paso como si fuera Frida Kahlo resucitada, se puso al día con su amiga Mayra Montero y se sentó en la sexta fila armada de una libreta anillada y un bolígrafo Bic negro, para escuchar a los cinco escritores latinoamericanos jóvenes y no tan jóvenes, pero emergentes y poco conocidos, entre el gran público mexicano y alrededores. Por la mañana, en el desayuno, la nueva premio Cervantes de Literatura que, salvo una entrevista a primerísima hora, tenía el día para ella, se enteró de que todos los días a las cinco de la tarde se reunían allí cuatro o cinco autores a “descubrir” y no quiso perdérselo por nada del mundo.

Cuando ellos la vieron tampoco se lo creían. Poniatowska, sentada muy juiciosa en medio de unas 90 personas, la mayoría estudiantes, atenta a lo que iban a decir los cinco escritores y el moderador, otro nuevo valor. Así es que lo primero que hizo el mexicano Rogelio Guedea fue dar la noticia y decir que era un honor tenerla allí. Los que no la habían visto o reconocido movieron sus cabezas buscándola. Recibía, de manera superlativa, todo ese afecto, respeto y admiración que la mayoría de mexicanos y latinoamericanos suelen expresar a los escritores y artistas en general.

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) se ha convertido en un escaparate, en una gran ventana, por donde pasan muchos escritores, esta vez unos 600: también los llamados autores de marca (este año, desde Vargas Llosa hasta el israelí David Grossman, pasando por Colm Tóibín, Joël Dicker, Yves Bonnefoy o Alessandro Baricco, y latinoamericanos como Fernando Vallejo). Pero, sobre todo, la vocación de la feria desde el comienzo, cuenta su directora Marisol Schulz, ha sido la de dar a conocer a los escritores latinoamericanos admirados en sus países, pero apenas publicados, o ni eso, en los otros.

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