¿Libros para cambiar el mundo?

Javier Rodríguez Marcos / El País

Día 31/05/2014

La literatura puede ser una mera cuestión de tinta. El 15 de mayo de 2011 los indignados acamparon en la Puerta del Sol de Madrid y el 17 de septiembre de ese mismo año el movimiento Occupy Wall Street hizo lo propio en el Zuccotti Park de Manhattan. Tres semanas más tarde, el filósofo esloveno Slavoj Zizek se encaramó a uno de los bancos de la plaza neoyorquina y contó un chiste: un tipo de Alemania del Este fue enviado a trabajar a Siberia. Sabía que los censores leerían su correo, así que dijo a sus amigos: “Establezcamos un código. Si la carta que recibís está escrita con tinta azul, lo que diga en ella será cierto; si está escrita con tinta roja, será falso”. Un mes después llegó la primera carta. Estaba escrita en azul y decía: “Todo es maravilloso aquí. Las tiendas están repletas de buena comida. Los cines pasan buenas películas occidentales. Los apartamentos son grandes y lujosos. La única cosa que no se puede comprar es tinta roja”. Terminado el chiste, la glosa de Zizek a los manifestantes: “Así es como vivimos. Tenemos todas las libertades que queremos, pero nos falta tinta roja, el lenguaje con el que expresar nuestra no-libertad (...) Y eso es lo que estáis haciendo aquí: nos estáis dando tinta roja”.

Desmontados los campamentos, esa tinta simbólica ha llenado los libros hasta resucitar el viejo debate sobre el papel de la literatura como instrumento de cambio social. La crisis económica ha abierto un hueco en las librerías a novelas, ensayos y poemas atravesados por el paro, los desahucios o la precariedad laboral. Entre ellos emerge casi como un emblema la última novela de Rafael Chirbes, En la orilla, mejor libro de 2013 para varios periódicos españoles —éste incluido— y reciente premio Nacional de la Crítica. Sorprendido de su propio éxito, el escritor lo atribuye a la desolación y el cabreo de la gente: “En momentos menos feroces me verían como a un peligroso radical”. Chirbes tiene 62 años, pero las sensaciones de las que habla están presentes también en el nuevo poemario de Elena Medel, que tiene 29 y ha ganado el Premio Loewe a la creación joven con Chatterton. En su libro, dice Medel, está más presente lo colectivo que lo generacional a partir de “coordenadas personales” concretas: “La precariedad laboral y sentimental, el modo en que las relaciones de trabajo —qué ofrezco/qué recibo— se han trasladado a las relaciones a secas”. Y al fondo una pregunta —“¿cómo hemos llegado a este punto?”— teñida, esta vez sí, de una desazón con edad propia. “Pensábamos que viviríamos mejor que nuestros padres y no es así”, reflexiona. “Me pregunto en qué momento se torció todo y no tengo respuestas. Incluso cuando no se escribe literatura social se escribe contra algo. Yo escribo contra esa sensación y contra mí misma porque hemos seguido un modelo enloquecido, sabemos quiénes son los culpables y nuestra repuesta ha sido bajar la cabeza, la sumisión”.

 

 

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